
Ahora hablan de “pobreza energética”. Es un término inventado para esconder la auténtica pobreza. No existe la pobreza energética, existe la pobreza.
Y nosotros intentamos lavar nuestras conciencias con una donación y ya con eso nos quedamos descansados y tranquilos con nuestras conciencias.
Había una vez una mujer muy devota y llena de amor hacia Dios. Solía ir a la Iglesia todas las mañanas, y por el camino solían acosarla los niños y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus devociones que ni siquiera los veía.
Llegó un día, en el que tras haber recorrido el camino que acostumbraba, llegó a la Iglesia justo en el preciso momento en que iba a comenzar el culto.
Empujó la puerta de entrada, pero esta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con bastante más fuerza, y pudo comprobar que la puerta no se abría por que se encontraba cerrada con llave.
Totalmente afligida y apesadumbrada por no haber podido asistir al culto por vez primera en muchísimos años, y no sabiendo que hacer, miró hacia arriba, hacia la zona alta de la puerta en la que nunca se había fijado.
Y justamente allí, frente a sus propios ojos, se encontró una nota clavada a la puerta con una chincheta.
La nota decía lo siguiente: HOLA, SOY DIOS, NO ESTOY EN LA IGLESIA, ESTOY EN LA CALLE.
La moraleja es que muchas veces (la mayoría), cerramos los ojos a lo que realmente está ocurriendo a nuestro alrededor. Obsesionados con nuestros preceptos con la Iglesia, olvidamos que la verdadera Iglesia está en la calle, en esos niños que lo pasan mal y en esos mendigos que nos molestan.
Algeciras a 25 de diciembre de 2018
Patricio González
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