viernes, 3 de enero de 2020

Quizás un día Petronila: Cuento de Rosa Estorach



Año nuevo, vida nueva, al menos eso es lo que todos dicen ¿no? 
El kiosquero enseguida se percató de mi presencia y me estampó dos sonoros besos, uno en cada mejilla, la verdad es que me puse nerviosa, es tan extraordinario el brillo que desprende sus verdes ojos que me hacen titubear como una colegiala ¡vergüenza me da decirlo! pero no, no piensen que esta historia va dedicada a él, no, a este señor lo dejaremos para más adelante, ya, ya habrá tiempo para hablar de él.
De quien de verdad os quiero hablar es de Dña. Petronila, sí, así la llaman todos, la verdad es que no sé cuánto tiempo lleva en el barrio, pero era yo muy niña cuando ya la conocía viviendo en el portal diecinueve. Siempre se hablaba de su pasado con cierto misterio y eso comenzó a intrigarme, pero por mucho que indagaba nadie me aportaba un dato fidedigno, siempre se apoyaban en comentarios lanzados al aire de terceras personas y a mí me picaba el morbo, no es normal ver día tras día durante no sé cuantos años a esa señora sentada en su sillita de enea tras la acristalada puerta desde donde podía divisar toda la plazoleta.
Lo extraño del caso es que todos hablaban de ella con sumo respeto, pero nadie se le acercaba ni a darle los buenos días ni las buenas noches. Un hilo invisible nos hacía a todos cómplices del silencio y ella era fiel receptora del mismo.


Y si os hablo en pasado es porque hoy, precisamente hoy… Dña. Petronila me dirigió unas palabras: - Perdona, acabo de recibir esta carta ¿podrías leérmela por favor? no sé leer y creo que es de mi hijo, está en América y llevaba tanto tiempo esperándola…- Sin contestar, cogí la carta que ella me entregaba y un nudo se hizo en mi garganta – “Bueno, mamá, no sé bien cómo decirte el motivo por el cual te escribo hoy, así que lo haré directamente. Tengo tantas cosas que decirte y tan poco tiempo que lo voy a resumir, la noticia no es muy buena, el juez ha fijado mi fecha de ejecución para el próximo 20 de Febrero. Ésta es la primera carta que escribo. Mamá, he pensado mucho cómo decírtelo, y mientras se desliza el lápiz por este trozo de papel no puedo evitar pensar que tal vez sea ésta mi última carta. No puedo hacer nada más, sólo esperar. Te quiero mamá y perdona el daño que os hice a papá y a ti, tu hijo que no te olvida, Ricardo Maldonado” – Levanté la cabeza y vi como las lágrimas rodaban por las mejillas de mi atenta oyente, con la voz casi apagada me dio las gracias y volvió a su silla de enea arrebujándose en su toquilla de ganchillo, supongo que para seguir esperando a que quizás un día…

Rosa Estorach

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