martes, 28 de abril de 2020

Sabiduría callejera: Pacurro



Repasando archivos antiguos, ha aparecido este relato, con el título Sabiduría Popular, que he querido rebautizar con Sabiduría Callejera. No  a ciencia cierta cuando lo escribí, pero calculo que más de cinco años. Vuelvo a reeditarlo

Son muchos los que dicen que la mejor universidad es la calle. Que es una fuente inagotable de saber, muy formativa para las personas

Traigo aquí  comentarios varios que así lo  corroboran, donde personas normales, con poca formación académica,  con sus comentarios emitieron auténticos postulados  sociológicos.
El primero,  corresponde a una persona seria de gesto austero, donde cada frase se parecía más a un fallo judicial que a una conversación al uso. Bien cuando este señor contaba algo, había que estar o fingir que se estaba muy atento. Si observaba la más mínima falta de atención, sentenciaba “Oye fulano, ¿me escuchas?, porque si no me escuchas, me ahorro de contártelo, porque para oír lo que ya  sé, no gasto saliva.”
Observé como un buen hombre, campechano, divertido y muy amable. Se disponía a comprar un reloj de pulsera a un magrebí. En la transacción esa persona se dirigía al vendedor en estos términos. “Paisan, te compro un reloj, pero el más barato”. La venta se cerró en quinientas pesetas (tres euros aproximadamente). Una vez terminada la transacción comercial,  con mucha gracia  me espeta. “Pacurro,  los pobres tenemos que comprar cosas baratas y malas, es la única forma de poder estrenar mucho”. “Conocí  a una mujer, salió buena, me case con ella, no he podido conocer otra más”
Hacía cierto tiempo que no veía al  siguiente protagonista. Al preguntarle el protocolario ¿cómo estás? Me responde que bien, muy bien, añadiendo que aunque no lo estuviese siempre me lo diría. Un tanto extrañado, le  inquirí porqué, a lo que con cierta solemnidad me replica. “Si digo que estoy bien, se alegran mis amigos y mis enemigos sufren, por el contrario, si digo que estoy mal, mis amigos se preocupan y mis enemigos se complacen. Así que prefiero que quienes disfruten sean mis amistades
 Esta situación  la protagoniza  una mujer, buena, mejor imposible. Viuda, vivía con un hijo solterón muy cascarrabias, alejada del centro de la población por su puerta no pasaban los pescaderos ambulantes. A las vecinas de más confianza solía encargarle pescado. En más de una ocasión o bien el pescadero se había marchado o a la vecina se le olvidaba el encargo. Lejos de incomodarse, mostrar contrariedad o enfado, siempre respondía con la misma frase “Bendito dinero que a casa vuelve”.
Tomando café con un viejo conocido, comentábamos   como amigo común había enviudado. Después de las lógicas y comprensibles  lamentaciones, apenarnos de la pérdida de una persona aún joven, terminamos compadeciéndonos de nuestro amigo por  tan gran pérdida. La conversación la cerró de modo categórico con la  siguiente expresión.” Sabes lo que te digo, que el dolor del viudo es semejante al dolor de codo”.
Continuamos la charla por otros derroteros, no paraba yo darle vueltas que había pretendido decir con dolor de codo. No me resistí a preguntar.   No sin cierta sorna me respondió. El  dolor del viudo es igual que del codo, porque los dos entran muy fuerte y se pasan muy pronto. No se puede definir mejor en tan pocas palabras.
En la gente de a pié  seres anónimos, tenemos un autentico filón de sapiencia, filón que  puede que no aprovechemos suficientemente.

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