viernes, 31 de julio de 2020

La Espera por Salvador Delgado Moya

Artículo publicado en la Revista Literaria Óbolo
Yo, y esas cuatro paredes. Indeciso, titubeante, nervioso y sobre todo expectante. No sé si mi currículum estará lo suficientemente nutrido para cubrir sus exigencias. 
Esta espera es un sacrificio difícil de controlar. Yo rellené todo el cuestionario debidamente, con esmero, con tranquilidad, subrayando la importancia de algunos temas que son los que verdaderamente me importan. 
Ha sido mucho tiempo, preparando concienzudamente el resultado, para alcanzar unas metas que depararan en futuros cambios en mi vida. No puedo permitir echarlo todo por la borda. Mi futuro se encuentra detrás de esa puerta. 


Me siento y me levanto, me froto las manos y tengo sequedad en la boca. Escucho murmullos al otro lado. Quizás estén deliberando si seré yo, o por el contrario, el cóctel presentado no ha sido lo suficientemente nutritivo para saciar las necesidades. 
Pienso que puedo fracasar, incluso decepcionarme a mí mismo, el pesimismo revolotea sobre mi mente, dejando opacas mis luces de esperanza. Cabizbajo, voy contando las baldosas una y otra vez, de izquierda a derecha y viceversa, cambio de postura en aquella silla que parecía haber sido patentada por la Santa Inquisición. 
Frente a mí, una máquina de café. Decido que mi espera podría ser más llevadera con una infusión de cafeína entre mis labios. Tras introducir varias monedas, comienza una danza interior para culminar con algo parecido a la esencia de Colombia aderezado con una paleta que remover y disimular el veneno que voy a degustar. 
Y mientras mis labios comienzan a arder, me imagino mi vida cuando me notifiquen la decisión definitiva. Imagino como voy gestionar esa ingesta de felicidad, derroche de emoción, de aplausos alentadores, de subidón de optimismo y de suerte impagable. 
Creo que estoy alcanzado las metas predispuestas hace ya algún tiempo y que voy poco a poco coleccionado, para al final, hacerme con un 

ejemplar de vida, de ilusión, de optimismo, de lucha, que cualquier editorial quisiera publicar. 
No sé cómo voy a reaccionar. Puede que me emocione si la noticia es la que espero y ansío, o por el contrario, me desvanezca como unos naipes carentes de fuerza e ilusión. 
Sé que antes que yo, han pasado otros, quizás mejor preparados, quizás con más años de experiencia, pero podré ser el novato, pero esta ilusión, este sueño, esta fantasía, condicionarán mi vida mientras viva. ¡Y yo quiero vivirla! 
¿Y ahora por qué estoy llorando? Ya no me controlo, este sufrimiento por la espera me está impacientando y puede que pierda la cordura y me vuelva loco. 
Veo que uno de los cordones de mis zapatos se encuentra sumido en un libertinaje incontrolable. Me desato el otro, y nuevamente los anudo como buenamente puedo. Otra vez me levanto, creo que los músculos de las pantorrillas se me están entumeciendo, el nerviosismo es incontrolable y los daños colaterales están apareciendo. 
De repente, la puerta se abre y aparece una joven, y sin poder prenunciar palabra me dice: 
-Tranquilo Señor. En breve saldré nuevamente para notificarle el resultado. ¡No se impaciente! ¡Relájese! 
El corazón me iba a explotar, los pulmones dejaron sin aire aquella habitación, el sudor corría despavorido por mi frente, las lágrimas regurgitaban sin control, la tensión en tendones y músculos era desorbitada, miraba pero estaba ciego, mi mente viajaba hacia un lugar inexistente... hasta que aquel último alarido transformó toda mi vida. 
-¡Señor! ¡Señor! ¡Enhorabuena! ¡Ha sido padre de una niña preciosa! ... 



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