Por Jerónimo Sánchez Blanco ☛
Los últimos días del Franquismo
La muerte de Franco en Noviembre de 1975, cerraba un capítulo de la historia de España, y abría un tiempo nuevo lleno de ilusiones para muchos de mi generación, no exenta de incertidumbres, principalmente para quienes habían sido testigos y protagonistas de la guerra civil. El mensaje central que intentábamos dar de forma reiterada, era la necesidad de sustituir el régimen político franquista, de forma pacífica, por un sistema democrático europeo, respetuoso con la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 de las Naciones Unidas y los fundamentos y valores de la Comunidad Económica Europea, creada en 1957. La continuidad de Carlos Arias Navarro, como presidente del primer Gobierno de la Monarquía, frente a otras figuras políticas relevantes (Areilza, o incluso Fraga Iribarne) de orientación reformista, era un mal augurio, y suscitó perplejidad entre los ciudadanos, y rechazo total en la oposición. La mentalidad de Arias Navarro y de otros dirigentes franquistas estaba claramente orientada a consolidar la obra de Franco, su ideología y sus instituciones. Transcurrido varios meses el propio rey Juan Carlos forzó su dimisión, por la deriva que estaban tomando los acontecimientos políticos, económicos y sociales, muy singularmente con el balance de los cinco trabajadores muertos y numerosos heridos, en el desalojo de una iglesia en Vitoria en Marzo de 1976, por causa de la actuación policial, riesgo que podría confirmarle en la historia con el título Juan Carlos el Breve.
En los primeros días de Julio de 1976, el Rey designó presidente de Gobierno a Adolfo Suárez González, con el asesoramiento de Torcuato Fernández Miranda, que era a su vez, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, y de Miguel Primo de Rivera, miembro del mismo Consejo. Adolfo Suárez era un político muy avezado y conocedor del régimen franquista, del círculo de confianza del Rey, desde la época en la que Suárez era Director General de Televisión Española y últimamente titular de la Secretaría General del Movimiento en el anterior gabinete de Arias Navarro. Sin duda, su nombramiento volvió a suscitar sorpresa e incredulidad, frente a políticos como José María Areilza y Manuel Fraga Iribarne. Sin embargo, Suárez era hombre joven, afable, simpático y muy hábil para adaptarse a las circunstancias, que sintonizó rápidamente con el propósito modernizador del Rey Juan Carlos I, y se puso al timón para desmantelar las instituciones del franquismo. En ese mismo verano, viví una pequeña experiencia muy llamativa de algunas directrices del nuevo Gobierno, cuando me disponía pasar con mi familia, un par de semanas del mes de Agosto, en la casa que mi suegro tenía en Castellar de la Frontera. Finalizado el viaje en el tren expreso Madrid-Algeciras me bajé en la estación de Algeciras. Entre las maletas traía un pequeño maletín lleno de propaganda política contra el régimen franquista, que en un descuido, dejé abandonado en el andén de la estación de ferrocarril. No me percibí de la ausencia del maletín, cuando a la mañana siguiente, recibí una llamada telefónica del cuartel de la Guardia Civil de Algeciras, notificándome que habían encontrado un maletín con papeles a mi nombre y que lo tenía a mi disposición. En efecto, me personé en el cuartel de la Guardia Civil y un teniente me lo entregó sin ningún comentario. Le di las gracias y me marché muy sorprendido, ante lo que era habitual hasta entonces: un interrogatorio y un pliego de cargos por tenencia de propaganda ilegal. Otro de los nuevos signos, ocurrió a los pocos días, cuando un concejal del Ayuntamiento de Castellar, que era conocido mío, me invitó a dar una charla sobre el futuro político de España tras el nombramiento del nuevo Gobierno, en la sede del Centro de la Juventud, al que asistieron numerosos jóvenes y todos los concejales con su alcalde. Evidentemente expuse la necesidad de democratizar el sistema político, conferencia que fue bien acogída y no fui molestado.
Tras la designación del nuevo Gobierno, se inició la tramitación y; la aprobación por las Cortes, presididas por Torcuato Fernández Miranda, de la Ley para la Reforma Política, refrendada por el referéndum del 15 de Diciembre de 1976. Esto sucedió una semana más tarde de la celebración del XXVII Congreso del PSOE, que aún no estaba legalizado aunque fue tolerado por el Gobierno, al que asistieron los grandes líderes socialistas europeos: Willy Brandt, Olof Palme, y Françoise Miterrand y otros, bajo el lema “Socialismo es Libertad”. Por vez primera, en un clima de entusiasmo y gran emoción, veíamos los asistentes al Congreso, estas figuras emblemáticas europeas, reunidas en un amplio salón de un hotel próximo a la plaza de Castilla, arropando la figura emergente de Felipe González, al que ya conocía de una cena celebrada en un restaurante, anteriormente, y organizada por un grupo de simpatizantes y afiliados del PSOE.
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