Por Jerónimo Sánchez Blanco ☛
Nuevos aires y cambios en la sociedad (1)
En la década de los sesenta tras el Plan de Estabilización del año 1959, el nuevo Gobierno integrado por los llamados tecnócratas ( López Rodó, López Bravo, López de Letona, Navarro Rubio, y Ullastres ) rompió con las dos décadas anteriores, liberalizando la economía de ciertas medidas intervencionistas, devaluando de forma significativa la peseta y promoviendo varios Planes de Desarrollo. En este tiempo mejoró la balanza de pagos con la llegada de turistas, el capital extranjero y con las remesas que enviaban los emigrantes españoles, tras la apertura de la frontera a los países europeos, tomando impulso las industrias siderometalúrgicas, petroquímicas y automoción. Los pueblos de Andalucía y de otras regiones se despoblaron a causa de la emigración a Europa, a Madrid, a Cataluña y al País Vasco y entraron en contacto con las costumbres e ideas de Europa. No obstante, los nuevos aires de libertad llegaron al movimiento estudiantil universitario y al movimiento sindical en las empresas, con fuerte presencia de Comisiones Obreras en las empresas. Las tensiones del régimen franquista con las nuevas orientaciones del Concilio Vaticano II y del Papa Pablo VI, a raíz de la contestación de amplios sectores del clero a las instituciones políticas y al Concordato de 1953, rompieron el silencio y complacencia de sectores de la jerarquía eclesiástica en las décadas anteriores, con las leyes e instituciones del régimen político franquista. Fui testigo de la protección que diversas parroquias de Madrid, Barcelona y otras ciudades, daban a reuniones clandestinas de la oposición política y sindical, a las que asistí en numerosas ocasiones y por esta razón fui llamado a la Dirección General de Seguridad para interrogarme de la actividad de algunos sacerdotes muy activos en aquellos años, y muy especialmente de Mariano Gamo y algún otro que apoyaban a las asociaciones de vecinos. Obviamente en mis declaraciones restaba importancia a tales reuniones, cuyo objeto era tratar los problemas del vecindario. Este conjunto de factores y circunstancias de muy diversa índole, configuraron un entramado de gran complejidad, que influyeron notablemente, años más tarde, en la llamada Transición, contribuyendo a la modernización y crecimiento de la economía y de la mentalidad de la sociedad española desde el punto de vista cultural, al entrar en contacto con otros hábitos, libertades e instituciones políticas.
Fue reveladora mi experiencia de tres veranos en el campamento de Montejaque (Ronda) en los años 1964 y 1965 y en las prácticas de alférez en el regimiento de infantería Extremadura 15 en Algeciras en 1967, realizando la milicia universitaria. En este período pude comprobar que la propaganda oficial de la prensa tenía raíces en la mentalidad cerrada de numerosos jefes y oficiales del Ejército, salvo excepciones muy contadas, en los que el espíritu de la insurrección militar de 1936 y la victoria militar de 1939, denominada glorioso Movimiento Nacional, legitimaba una Dictadura a la medida del general Franco y rechazaba cualquier intento democrático. Contrastaba este ideario de la mayoría del Ejército, con algunos jefes militares ilustres, como lo fueron los generales Manuel Gutierrez Mellado, Manuel Díez- legría, Luis Pinilla y Guillermo Quintana Lacaci, entre los más conocidos, además de los miembros de la UMD, de clara orientación democrática. Recuerdo especialmente las convicciones políticas democráticas y humanistas del general Luis Pinilla, al que me unió cierta amistad, que simultaneaba sus obligaciones militares con la formación de los aspirantes a ingresar en la academia del Ejercito, en un centro educativo llamado Forja, al que me invitó para impartir varias charlas sobre el sistema democrático y las reformas políticas necesarias a realizar en España, para instaurar la democracia. Años más tarde, el Gobierno de Adolfo Suarez siendo vicepresidente el general Manuel Gutierrez Mellado, le nombró Director de la Academia General Militar de Zaragoza, y desde este relevante puesto de responsabilidad vivió el momento crítico del 23 de Febrero de 1981, e impidió que la Academia General Militar se sublevara ante las dudas del capitán general de Zaragoza y se adhiriese al golpe de Estado de Milans del Bosch, capitán general de la región de Valencia, como lo fue también el capitán general de Madrid, Guillermo Quintana Lacaci, que ordenó detener la toma de la capital por la división acorazada, contra lo ordenado por Miláns del Bosch. De no haber tenido lugar la decisiva intervención del Rey Juan Carlos, hubiese sido imposible detener el golpe militar y defender las instituciones democráticas.
Volviendo a los años sesenta, las páginas de Cuadernos para el Diálogo y de la revista Triunfo, eran una verdadera fuente de ideas, información y educación democráticas, que guardaba como un tesoro en un oasis en el desierto y páramo mediático, que aún conservo. En este tiempo, finalizados mis estudios universitarios, inicié la docencia universitaria, impartiendo la materia de Ideas y Movimientos Políticos y Economía Política en la universidad en el curso académico 67-68. Con el ánimo propio de un joven profesor fui invitado por mi amigo José María Ballester, a una reunión muy singular en estos comienzos, que despertó mi curiosidad. Esta reunión tuvo lugar a principios de 1968, en compañía de mi hermano Ernesto y de José María Ballester, ambos apasionados por las cuestiones políticas españolas, con el joven Juan Carlos de Borbón. El encuentro que duró algo más de una hora, tuvo lugar en el Palacio de la Zarzuela, en su biblioteca, cuando aún no era Príncipe ni designado sucesor en la Jefatura del Estado. Personalmente era muy escéptico acerca del futuro del hijo de D. Juan de Borbón y que tuviese ideas claras acerca de lo que eran los fundamentos básicos de la democracia y la fortaleza para enfrentarse al franquismo vivo en todas las instituciones de la época. No obstante, para mi sorpresa, pude observar que nos ofrecía en un lenguaje sencillo y cercano, una visión muy acertada acerca de lo que entendía por sistema democrático y su crítica de las ideas e instituciones del franquismo, materias sobre las que expuse mis puntos de vista, que escuchó, y con especial atención a las dificultades que le manifesté de compatibilizar la Democracia y la Monarquía. Al final de la reunión nos emplazó a continuar el análisis político, en siguientes conversaciones. He de reconocer que aquel encuentro me tranquilizó pero no quedaban despejadas las incertidumbres de la reacción del franquismo ante aquellas ideas innovadoras de aquel joven Borbón. Los futuros encuentros no se sucedieron en ese mismo escenario, porque al año siguiente fue nombrado Príncipe y sucesor en la Jefatura del Estado y se le sometió a una estrecha vigilancia gubernativa en sus contactos políticos, cortándole la red de consultas que había tejido en los últimos años.
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