Artículo publicado en la Revista Literaria Óbolo, en su 4 edición
Nunca pensé que echaría de menos el ruido de la ciudad. Siempre deseando ir al pueblo y poder oír la naturaleza.
Estos días de confinamiento nos han traído nuevos paisajes, nuevos ruidos y otros silencios.
Los pájaros cantan, ya lo creo que cantan en ésta ciudad vacía, los hemos vuelto a recuperar...
Siempre me ha gustado aprovechar la primera hora de la mañana y sentarme tras la ventana, leer un rato, disfrutar del silencio de la mañana y poder observar. Veía a los madrugadores sacar a sus perros. El ruido de unos cascos al trote daban las ocho menos cuarto con puntualidad inglesa, un coche de caballo pasaba bajo mis cristales, camino del puerto buscado turistas. El jubilado del huerto urbano se ponía un sombrero de paja, con la ilusión de emular al campesino. Salía el sol y la ciudad despertaba lenta, sin pausa.
Hoy sale el sol y sigue dormida, ya no madruga el del caniche, ni hay obreros con mono metiendo lo último en fibra. Ahora, obreros de uniforme azul pasan de tarde en tarde, lentos, en autos silenciosos de luces brillantes. Y otros con trajes de astronautas viajan en rápidos coches blancos con estridentes sirenas. Los autobuses atestados y frecuentes, han dado paso a uno de vez en cuando, con un par de enmascarados en sus asientos.
Volverán, como las golondrinas de Bécquer, a las calles los chicos en patinetes a velocidad de vértigo, el bus a su frecuencia habitual y los jardineros del parque de frente pararan junto a cualquier seto a tomar el bocata.
La normalidad, el estrés y hasta la vulgaridad volverán a nuestras preciosas calles, y yo estaré deseando volver al pueblo a escuchar el silencio y regar mi pita con vistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario