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Esa cabecita que asoma por la parte de la derecha, corresponde a Pacurro |
Pacurro
Hace unos días me llegó una foto. Me la remitió un viejo conocido, casi por casualidad, pero para mí fue como si me entregara una llave al pasado. Era una imagen en blanco y negro, tomada en la Plaza de Tesorillo el 26 de marzo de 1961, Domingo de Ramos.
Y ahí estoy yo.
No lo sabía. No tenía ni idea de que esa foto existiera. Me vi de pronto en aquel rincón del tiempo, con sotana roja y roquete blanco, lleno de bordados con motivos religiosos en la parte inferior. Era la primera vez que me revestía como monaguillo. Tenía casi seis años —los cumpliría justo 28 días después—, y comenzaba un camino que duraría hasta los catorce, sirviendo en el altar con el alma abierta de un niño.
Recuerdo vagamente aquella procesión, pero la foto me la ha devuelto, como si alguien soplara el polvo de la memoria. Veo al padre Menchén, nuestro cura párroco, caminando entre palmas y ramos de olivo. Le acompaña el comandante de puesto, Sr. Lumbreras, el alcalde Rogelio Blanco y el médico don Manuel Miejimolle, hombres de respeto en aquella Tesorillo de comienzos de los sesenta.
Éramos un pueblo sencillo, sí, pero con una profunda devoción. Era una marcha pausada, familiar, donde cada paso se daba con fe y recogimiento. Las mujeres llevaban sus mejores galas , los niños alzaban los ramos, los hombres las palmas y la plaza, testigo de tantas cosas, se vestía de fiesta humilde.
La sacristía olía a cera y a madera antigua. Recuerdo la emoción de vestirme, la ayuda cariñosa de algún mayor, el nerviosismo en las manos. Y también el orgullo. Orgullo de niño, sí, pero tan serio como si llevara siglos sirviendo al altar.
Más de seis décadas después, esa imagen ha hecho que algo dentro de mí se despierte. El niño que fui sigue ahí, escondido entre recuerdos y estampas gastadas. Y gracias a esa foto, lo he podido abrazar de nuevo.
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Esta otra foto fue captada un año antes (1960) en el mismo lugar |
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