miércoles, 9 de febrero de 2022

COBARDE: JUAN MANUEL RAMÍREZ TOCÓN




Aquel niño creció creyéndose un cobarde. A cada grito, a cada golpe huía bajo sábanas y almohadas que absolvían la verbosidad humillante que brotaba, como cada noche, de un monstruo temible.

Las mañanas las lloraban juntos, acurrucados en la pequeña cama donde permanecían quietos hasta oír el grato sonido del cierre de la puerta. La débil luz del nuevo día entraba por los visillos de la ventana y dejaba ver nuevas huellas sobre la lívida piel de la madre. Él, sin fuerzas para volverse, permanecía quieto sobre las sábanas de winnie the pooh mojadas por el miedo del niño mas cobarde del mundo.
Cada noche, tras oír el último grito y los pasos descalzos abriéndose hueco junto a él, soñaba con corros de niños que reían y le escupían hasta hacerle llorar sobre un charco de orines.
Pero la puerta volvía a abrirse cada noche. Daba igual el motivo; la alfombra torcida, el cenicero mojado, la cena templada o una carta recordando un plazo incumplido significaban un nuevo golpe, una nueva herida o un nuevo vómito de insultos que recaían sobre la mirada perdida de un alma en pena.
Era, de nuevo, el momento de huir bajo la almohada. Volvían las voces que le llamaban cobarde bajo una lluvia de bolas de papel y volvía la impotencia húmeda sobre la que dormía cada noche.
Una vez mas los pasos descalzos, una sábana que se levanta a su espalda y el beso salado en su mejilla doblegan al miedo mientras oye los ronquidos lejanos cuando la voz mas dulce del mundo le dice al oído, duerme mi niño, duerme valiente.

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