Publicado el 27/02/2015. En el Blog Noticias de San Martín del Tesorillo, administrado por Rosa Estorach.
Nuestra literatura es rica en el tema de los picaros,
tanto que la novela picaresca es un estilo determinado, destacando entre todas
El Lazarillo de Tormes
Les traigo
aquí varias hazañas de picaros/as locales, hazañas que tienen su gracia, su
ingenio, que aunque no debamos aplaudirlas, con el paso de tiempo tienen su
salsa, comparándolas con las actuales son peccata minuta.
Por sus
obras les conoceréis dijo Jesús, por las características de las obras los he
calificado de la forma siguiente:
EL
ARRIESGADO:
El primer
personaje, era un hombre con un trato exquisito, de fácil verborrea, capaz de
convencer al más pintado. No tenía reparo alguno en arriesgarse para apropiarse
de lo ajeno, con el peligro que le tocarán la cara.
Un día
determinado pidió una burra prestada para ciertas labores en el campo. La
propietaria una señora entrada en años y excelente persona, accedió sin
reparos. El caso es que vendió la burra y desapareció de la localidad. Regresó
pasado un año aproximadamente, al pasar por la puerta de la dueña del equino,
sin inmutarse saludó a la buena señora. Esta como decía, era un pedazo de pan,
solo acertó a preguntarle “¿Fulano te hizo el apaño la burra?, a lo que
respondió,” No sabe usted cómo”. Prosiguiendo su marcha con toda tranquilidad.
Otra de sus
tropelías, fue que se apropió indebidamente de unos arados. Contactó con el
propietario del único camión que hacía la ruta Tesorillo- La Línea, dicho
camión salía cargado a diario de frutas y hortalizas para el mercado mayorista.
Al camionero le solicitó que le llevara junto con los arados para venderlos,
como así hizo en La Línea.
Pasado unos
días el propietario de los arados hermano del camionero, les echó en falta,
preguntando a su hermano si sabía el paradero de los aperos, a lo que esté le
contestó, ”No los busques , están vendidos y además los he transportado yo”.
EL
ESCAPISTA:
El
protagonista siguiente. Debía hasta de callarse, las deudas le acuciaban y
algún acreedor que otro se le agotó la paciencia y le buscaba no con muy buenas
intenciones.
Una tarde
degustando una copa en la barra del Bar Central, eso sí siempre mirando hacia
la puerta de entrada en señal de precaución. Observó como estacionaba un
turismo en la puerta del local. Rápido de reflejos, salió como un exhalación
por la puerta lateral, con agilidad y de un perfecto salto, salvó el desnivel
que hay entre el bar y la calle, adentrándose en las huertas cercanas, allí
permaneció hasta que se hizo de noche.
Se trataba
de uno de tantos acreedores que por la reacción de nuestro escapista no venía
en son de paz. Pregunto por él, Juan Riscos (propietario del Bar Central)
extrañado insistía que hacía un momento estaba en el lugar y como prueba de
ello, le indicaba que la copa medio a consumir y el paquete de Ducados aún
permanecía encima de la barra.
En otra
ocasión fueron a buscarle a su domicilio, su señora les insistió que no estaba
en casa, pero los afectados seguros que si estaba , se adentraron en la
vivienda y comenzaron a subir escaleras, nuestro personaje una vez más con una
rapidez de reflejos encomiable, subió a la azotea, suerte que aquel día su
esposa había tendido las sabanas al sol, como si de una película se tratara,
hizo un cordel con las sabanas se despeño a los patios inferiores vecinos y de
nuevo se adentro en las huertas, permaneciendo igualmente hasta bien entrada la
noche.
EL
OCURRENTE:
Se trataba
de un buen hombre, simpático, ocurrente, gracioso, excelente imitador, el ideal
para cualquier rato de conversación, estando en su compañía la risa estaba más
que asegurada .Su situación económica le obligaba a ser pícaro, pobre de
solemnidad, familia numerosa, el simple hecho de conseguir un plato de comida
para sus hijos ya le era muy dificultoso.
Llegó a una
tienda muy céntrica le solicitó unas alpargatas las más baratas su poder
adquisitivo no le permitía otra cosa. Una vez que se las calzó, se dirigió al
tendedor en estos términos.” Fulano si eres capaz de cogerme te pago las
alpargatas” y emprendió veloz huida, hay que decir que era una persona con
complexión atlética y el tendero todo lo contrario.
Como era
lógico, estaba lleno de deudas, así que otro tendero, menos comprensivo que el
anterior y más “malange”, le abordó reclamándole la deuda. Él no se amilanó y
con la gracia que le caracterizaba le espetó “Mira tengo una cola de gentes a
las que le debo, que va desde la Plaza a la Casita de Campos. Tú estás de los
primeros, pero si vuelves a pedirme la trampa, te pongo a la cola”.
LOS
INGENIOSOS:
Esta sección
la componen dos personas distintas y de distinto sexo, pero ambas se
caracterizan por ser muy ingeniosos.
La primer
persona un varón, hombre que tuvo serios problemas con el alcohol, excelente
trabajador y muy buena persona. Durante una época el algodón se cultivó en
nuestra localidad, se recolectaba se metía en sacas y se almacenaba para su
posterior comercialización. Las sacas se estivaban a varios metros de altura,
tarea que exigía un gran esfuerzo físico. Bien en uno de los almacenes existía
acopio de garrafas de alcoholes, principalmente vinos y aguardientes. El
empresario se extrañaba mucho que la persona que nos ocupa, a media mañana
presentaba todos los síntomas de estar muy borracho, circunstancia en
apariencia muy rara, no existían indicios que hubiese ingerido bebida alguna
excepto el agua. Se hicieron alguna que otra conjetura, pero ninguna convencía
de pleno.
Lo que
realmente pasó fue lo siguiente: El bebedor clandestino apartó una garrafa de
aguardiente, la escondió detrás de las sacas de algodón. Con sumo cuidado
efectúo un pequeño boquete en el tapón de la vasija y a través de un canuto de
caña iba sorbiendo el aguardiente. Se daba la circunstancia que conforme la
estiva de sacas iba subiendo de altura el canuto tenía que ser más largo.
Pueden imaginar el efecto que hace un sorbetón de aguardiente a tres metros de
altura.
La última de
nuestras pícaras es mucho más actual. Todo sucedió en una gran superficie de
nuestra comarca. A principio de los ochenta los medios en esas superficies para
combatir los pequeños hurtos eran menos avanzados que los actuales. Así no era
la primera vez que se valía del ingenio para hurtar productos. El método
empleado consistía en lo que sigue: Los botes de cinco kilos del detergente
Colón se les podía despegar y volver a pegar fácilmente su tapa anterior.
Nuestra buena señora introducía los productos a sustraer, pasaba por caja
abonaba el bote de detergente, aquí paz y después gloria.
Tanto fue el
cántaro a la fuente, que terminaron por descubrirla. Estando en caja, se le
acercaron personal de seguridad y abrieron el bote del detergente. Sacando
entre otras cosas una pieza de embutidos. La dama lejos de avergonzarse,
ponerse nerviosa, sonrojarse o similares, muy eufórica exclamó “Que suerte me
ha tocado. No sabía que Colón diera regalos”
Estarán
conmigo que los pícaros de este relato nada tienen que ver con los actuales.
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