Como el tema de esta segunda edición de la Revista Las
Torres, va de bodas. Les cuento mis conclusiones, muy personales por supuesto,
extraídas de mi etapa de monaguillo, que se extendió desde los seis a los
catorce años.
Ayudé, (ese el termino que empleábamos los acólitos) a bastante celebraciones de enlaces
matrimoniales. En la mayoría de las ocasiones, la boda era motivo de alegría.
En aquellos años. El padre de la novia respiraba, su niña por fin se unía a un
hombre, el cual le facilitaría casa y comida, como era su obligación.
Ella, ejercería de buena
y atenta esposa, se encargaría de las tareas del hogar, sumisa, dispuestas a traer niños a mundo, a
los cuales tendría que criarlos con esmero. Eran los cánones establecidos.
La ceremonia a ser posible en domingo y en misa de once. La
novia de blanco inmaculado, luego el
convite, bien en el Bar Central, o
locales alquilados para la ocasión, como el cine Ariza, conocido como el cine
de Antonio Martín. Al banquete acudirían, familiares, amigos y vecinos. Un día
de jolgorio y felicidad, otra cosa es lo que venía más tarde, pero eso no nos
ocupa ahora. Esa era la Cara A de las bodas.
Pero también, intervine en otro tipo de bodas. Esas no se
celebraban en domingo, ni a las once de la mañana. Bien a primera horas del día, como muy tarde las ocho
de la mañana, o ya entrada la noche, de
las 20 horas en adelante.
La novia no vestía de blanco. El número de asistentes muy
limitados, padres hermanos, familiares muy directos y poco más. Caras largas,
tristeza en el ambiente, e incluso lágrimas.
Esas eran las caras B de las bodas.
El motivo muy simple,
la niña había quedado embarazada, para muchos padres todo una ofensa. El
matrimonio en estos casos era algo imprescindible y necesario. Cuanto antes,
había que tratar de lavar la afrenta. Nada de celebraciones, ni risas o algo
que se le pareciese.
Los nuevos esposos habían cometido el grave pecado, la ofensa
de traer una nueva vida al mundo. Toda una desgracia. Menos mal que cuando la
nueva criatura, venía al mundo por regla general, se olvidaba todo, quedando
atrás todas esas sartas de tonterías y perjuicios.
Eran otros tiempos que afortunadamente están superados. Cada vez son más las parejas que se unen sin
pasar por la vicaría o el juzgado, o que una vez casados y con hijos, deciden
oficializar su unión con una boda. En la actualidad las bodas son todas de la
cara A.
Francisco Quirós
“Pacurro”.
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