Son muchos
los que dicen que la mejor universidad es la calle. Que es una fuente
inagotable de saber, muy formativa para las personas
Traigo
aquí comentarios varios que así lo corroboran, donde personas normales, con poca
formación académica, con sus comentarios
emitieron auténticos postulados
sociológicos.
El primero, corresponde a una persona seria de gesto
austero, donde cada frase se parecía más a un fallo judicial que a una
conversación al uso. Bien cuando este señor contaba algo, había que estar o
fingir que se estaba muy atento. Si observaba la más mínima falta de atención,
sentenciaba “Oye fulano, ¿me escuchas?, porque si no me escuchas, me ahorro de
contártelo, porque para oír lo que ya
sé, no gasto saliva.”
Observé como
un buen hombre, campechano, divertido y muy amable. Se disponía a comprar un
reloj de pulsera a un magrebí. En la transacción esa persona se dirigía al
vendedor en estos términos. “Paisan, te compro un reloj, pero el más barato”.
La venta se cerró en quinientas pesetas (tres euros aproximadamente). Una vez
terminada la transacción comercial, con
mucha gracia me espeta. “Pacurro, los pobres tenemos que comprar cosas baratas
y malas, es la única forma de poder estrenar mucho”. “Conocí a una mujer, salió buena, me case con ella,
no he podido conocer otra más”
Hacía cierto
tiempo que no veía al siguiente
protagonista. Al preguntarle el protocolario ¿cómo estás? Me responde que bien,
muy bien, añadiendo que aunque no lo estuviese siempre me lo diría. Un tanto
extrañado, le inquirí porqué, a lo que
con cierta solemnidad me replica. “Si digo que estoy bien, se alegran mis
amigos y mis enemigos sufren, por el contrario, si digo que estoy mal, mis
amigos se preocupan y mis enemigos se complacen. Así que prefiero que quienes
disfruten sean mis amistades
Esta situación
la protagoniza una mujer, buena,
mejor imposible. Viuda, vivía con un hijo solterón muy cascarrabias, alejada
del centro de la población por su puerta no pasaban los pescaderos ambulantes.
A las vecinas de más confianza solía encargarle pescado. En más de una ocasión
o bien el pescadero se había marchado o a la vecina se le olvidaba el encargo.
Lejos de incomodarse, mostrar contrariedad o enfado, siempre respondía con la
misma frase “Bendito dinero que a casa vuelve”.
Tomando café
con un viejo conocido, comentábamos como
amigo común había enviudado. Después de las lógicas y comprensibles lamentaciones, apenarnos de la pérdida de una
persona aún joven, terminamos compadeciéndonos de nuestro amigo por tan gran pérdida. La conversación la cerró de
modo categórico con la siguiente
expresión.” Sabes lo que te digo, que el dolor del viudo es semejante al dolor
de codo”.
Continuamos
la charla por otros derroteros, no paraba yo darle vueltas que había pretendido
decir con dolor de codo. No me resistí a preguntar. No sin cierta sorna me respondió. El dolor del viudo es igual que del codo, porque
los dos entran muy fuerte y se pasan muy pronto. No se puede definir mejor en
tan pocas palabras.
En la gente
de a pié seres anónimos, tenemos un
autentico filón de sapiencia, filón que
puede que no aprovechemos suficientemente.
Francisco Quirós "Pacurro"
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