miércoles, 8 de agosto de 2018

HE PASADO CASI UN MES EN MORÁN LIRIO. POR MARÍA MARTÍN QUIRÓS


María Martín Quirós, es una tesorillera de 21 años de edad, estudiante de medicina. Que solo hace unos días ha participado en una misión en Perú. Accediendo muy amablemente a nuestra petición, nos cuenta su experiencia en ese remoto lugar de América del Sur, donde la vida, la felicidad y lo que llamamos bienestar se parecen poco a lo que estamos acostumbrados 


He pasado casi un mes en Morán Lirio, un pueblecito de la sierra norte de Perú. Y ha sido la experiencia de mi vida.

Fui de misión con las Misioneras Oblatas de María Inmaculada y con un grupo de jóvenes lleno de vida, dispuestos a entregarse en lo que más falta hiciese con una alegría desbordante. No nos conocíamos de nada, pero al tercer día ya parecíamos amigos de toda la vida. Ha sido un regalo compartir la experiencia con cada uno de los trece misioneros: religiosas, sacerdote y jóvenes.

Nuestra misión principal allí era la evangelización, pero pudimos hacer muchas más cosas. Nuestro día a día era sencillo pero intenso: por la mañana íbamos a clase, luego hacíamos actividades con niños de primaria, después de la comida hacíamos deporte con los chicos de secundaria y por la tarde celebrábamos misa, que era la actividad central del día.

Perú es un país distinto: su gastronomía es exquisita aunque a priori haya cosas que no queríamos ni probar; tiene una cultura muy diferente, con costumbres muy distintas. Si hay una actividad programada a las 10, igual empieza a las 12. O igual has quedado con los niños para hacer pulseras a las 16 y llegan a las 15 porque no aguantan de la impaciencia por querer estar con nosotros. Y nosotros felices porque tampoco aguantábamos para jugar con ellos.



Dimos clase en primaria y secundaria en las materias que cada uno se sentía más cómodo: desde inglés hasta física, todas. En esta tarea pudimos ver cuántas diferencias hay entre el sistema educativo español y el peruano; pero conocimos una realidad asombrante: profesores, que la mayoría de las veces dan clase en materias que no son la suya y que sin embargo, se desviven para que el alumno aprenda todo lo que él mismo sabe; aunque también había alguno que se desentendía un poco más. Pudimos compartir nuestro humilde conocimiento con los profesores e incluso dimos clases solos. Fue muy divertido poder pasar tanto tiempo con los adolescentes y niños de Morán.

En este tiempo de misión he descubierto un país espectacularmente bonito: unos paisajes de cuento; un cielo que cada día al amanecer y atardecer te daban gracias de fotografiarlo para no olvidarlo nunca; un cielo estrellado que jamás había imaginado; unas montañas infinitas, preciosas. Pero, sobre todo, he descubierto un país precioso por las personas que viven allá.

He conocido a personas que sin tener nada, te dan todo lo que tienen, porque compartir con el hermano es vivir; personas que te hacen sentir en casa a más de 9000 km de la tuya; un país que está hecho con personas trabajadoras, sencillas y entregadas para que sus familias tengan todo lo necesario para vivir.

Con respecto a esto he aprendido muchísimo: qué es lo necesario para vivir.
Vivimos en una sociedad que nos hace ver que para ser felices tenemos que tener el último modelo de móvil, la ropa de última moda, el coche más caro y tener más likes en fotos que nadie. Y qué equivocados estamos. Compartiendo este tiempo con el pueblo, Morán Lirio, he descubierto que lo único necesario para vivir es eso, vivir.

He conocido a personas que viven en casas muy sencillas, sin agua caliente, e incluso a veces sin agua corriente, en un pueblo que hace frío todo el año; personas que para viajar a la ciudad más cercana no saben si van a tener transporte o no, pero saben cómo hacerlo para llegar; personas que con su trabajo más intenso durante todo el día consiguen sus propios alimentos y cuando los consiguen vienen a casa de los misioneros para compartirlos con ellos; niños que con sus tres galletas de la merienda comparten con los 13 misioneros y todos los niños que estaban jugando; niños que son felices jugando con una simple pelota, o con un trozo de madera... y así podría estar horas. He conocido a personas felices de verdad. De la felicidad contagiosa al ver la sonrisa en la cara del otro.
Niños que son tan tímidos que el primer día se escondían detrás de las mesas para no vernos y que después de dos canciones, no se separaban de nosotros. Niños que se soltaban de la mano de sus madres por la calle para venir a darnos el mejor abrazo de nuestras vidas. Niños que tenían que caminar casi dos horas para ir al cole y que aún así, llegaban corriendo y con una sonrisa porque iban a aprender. Niños que tienen pocas cosas materiales pero tienen unos valores de oro y que nos han enseñado muchísimo desde la más absoluta sencillez.

Personas con realidades muy difíciles y duras que aún así te dicen que lo único importante es que en casa están todos bien y que son felices.

Personas que te agradecen el simple hecho de jugar con sus hijos porque piensan que así les estamos creando ilusiones y ganas de luchar por un futuro mejor. Personas que te abren las puertas de su casa y te ofrecen sus mejores comidas y su tiempo. Sí, porque allí da igual el tiempo. No hay prisas, no hay presión porque llevas media hora hablando con alguien en la calle y tienes que ir aquí o allá. Simplemente disfrutas de la conversación, de poder compartir tiempo con la otra persona.
La vida así sí tiene sentido.

Perú tiene algo que te cambia la vida. Te cambia la vida ver cómo viajan de un sitio a otro (en la parte de atrás de una camioneta, por ejemplo); te cambia la vida ver cómo se duchan con el frío y fuera de casa; te cambia la vida ver que sólo hay un médico que para llegar tarda más de una hora porque es todo lo cerca que puede vivir; te cambia la vida ver lo felices que son con lo poco que tienen; te cambia la vida, pero de verdad.

Puede sonar utópico, pero merece la pena salir de la zona de confort; merece la pena vivir sin las comodidades a las que estamos acostumbrados y ver que no son tan necesarias para poder vivir; merece la pena desprenderse de vivir totalmente conectados a internet; merece la pena porque ayuda mucho a valorar qué es lo importante y lo realmente necesario, que poco tiene que ver con cosas materiales.

Es cierto que no hace falta ir a la otra punta del mundo para ayudar, pero merece la pena recorrerte el mundo entero si así puedes hacer feliz a otro.

María, en la fila trasera, la del centro

En un principio, yo iba con la intención de darme a los demás y ayudar, pero vuelvo habiendo recibido infinitamente más de lo que yo pueda haber aportado.

Nuestra misión era religiosa, y por tanto, a nivel personal ha supuesto un bonito encuentro con Dios y con los demás en lo pequeño, en lo cotidiano: en una sonrisa; en un abrazo; en una broma entre los misioneros; en la fe de personas que viven todo el año sin presencia de sacerdotes, pero cuando van los misioneros están radiantes de alegría porque por fin tienen “misita” y la iglesia abierta.
Ha sido la mejor experiencia de mi vida.

Ha sido un tiempo corto pero intenso. Estoy infinitamente agradecida por haber podido conocer la realidad de ese pueblo en concreto, allí donde parece que el mundo se acaba. Pero que no acaba, si no que empieza. Y todo tiene sentido porque es así: sencillo y alegre.

Hay sitios y momentos que se guardan en el corazón y sin duda, Morán Lirio va a estar siempre en el mío.

María Martín Quirós 







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