jueves, 13 de febrero de 2020

Ese loco romántico: Salvador Delgado Moya




Y como cada día, el loco andaba por las calles, dando saltos y riendo de no se sabe qué. Alzando los brazos al cielo y vociferando palabras inventadas. Con una vestimenta que pareciese el gemelo de un vagabundo, con barbas semi -canosas, pobladas y que de vez en cuando se acariciaba con unas manos temblorosas.
Desde hace bastantes años, dejó de pertenecer a una realidad dolorosa y fue acogido en un mundo irreal, hipnótico, utópico, con una grandeza desmesurada para entenderlo e infinitamente simple, para locos que deambulan irascibles ante lo impuesto.

Muchas veces fue motivo de risa por un batallón de ingratos que querían crecerse en un circo entretenido, usando el agasajo verbal constante, esperando como recompensa la risa fácil y espontánea. 
Fueron muchos años los que ayudaron a fortalecer una coraza indeleble hacia lo exterior, causando heridas no visibles que desangran interiormente cualquier cuerpo, que dictaminan una oquedad mental irreversible.
¡Otra vez viene el loco!
Y en aquella terraza del bar se encontraba una pareja de novios, esperando para ser servidos, algunas risas implantadas para hacerlo más ameno, que si una caricia, que si un guiño, que si una carantoña...
-¿Qué van a tomar los señores?, dijo el camarero.
-¿Que nos aconseja?, dijo la hombría pavoneándose ante un espejo inexistente, sin antes dejar constancia de su malestar por encontrarse sentado cerca de ese loco malvestido, excluido e incluso peligroso.
El camarero tragó saliva, guardó una pequeña libreta en el mandil, se sentó con la pareja, se frotó los ojos y dijo:
Permítanme la osadía. Ese señor que ven ahí y creen que les puede incordiar, hace mucho tiempo que dejó de pertenecer a este mundo de mentira. 
Ese señor que ven ahí, trazó su vida con la pasión más desproporcionada que puedan imaginar, conquistando a su pareja de viaje, de vida, esa mujer que motorizaba cada pulsación en su vida...
Ese señor que ven ahí, acariciaba el pelo de su amada, mientras le susurraba al oído cuanto amor le profesaba. Cuando el estaba junto a ella le hablaban los ojos, su boca la miraba, sus oídos la olían y su nariz escuchaba...
Ese señor que ven ahí, bajó la luna, atrapó el sol, contó las estrellas para que su amor sonriera cada día junto a él, y no necesitó escaleras, lo hizo gracias al tesón, a la paciencia, a la dedicación, a conseguir propósitos que abordaran una felicidad constante...
Ese señor que ven ahí, rezaba todos los amaneceres dando gracias por lo que la vida le ofreció y le permitió disfrutar, luchando, batallando, cayendo y levantándose para que el amor tuviese su máximo esplendor cada momento, cada segundo...
Ese señor que ven ahí, hacia que a su pareja se doliesen los orbiculares de los ojos y el risorio, de tanto reír, arropándola con suspiros de tranquilidad, besos ataviados de sentimentalismo y miradas desbordantes de placer...
Ese señor que ven ahí, le dijo a su amor muchas palabras, sin abrir la boca; rotó su mundo sin moverse un ápice; eclosionó sus sentimientos sin incubar los propósitos; tatuó sus constantes vitales en el corazón de ella...
Ese señor que ven ahí, perdió a su mujer, a su compañera, a la esencia de su vida, en una de tantas y tantas injusticias que la vida te propone y que crees que puedes superar. Quedó huérfano de vida, de sentimientos, de sueños, y lo más importante y peligroso, quedó vacío de amor. Así que ante tal tesitura, el sólo sueña en poder morir lo antes posible, porque cree que está en un lugar equivocado. Por eso, cuando el ríe sólo y mira al cielo, lo hace porque es consciente que cada vez queda menos para estar con ella...
Ese señor que ven ahí, es mi padre. Y es un espectro en una vida que no es vida. Porque la vida tiene sentido gracias a la ilusión, la vida tiene sentido gracias al amor, y es tanto el que atesora, que día a día sigue buscándola para darle todo eso que quedó guardado, aparcado, para no muy tarde, volver a resurgir y poder, ahora sí, vivir embadurnados de amor y felicidad durante toda la eternidad...
-Ahora, díganme, ¿qué les apetece tomar?...

Salvador Delgado Moya.-

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