sábado, 21 de diciembre de 2024

Cuento navideño: El billete perdido

 


El billete perdido

Antonina Pons llegó a San Martín del Tesorillo siendo apenas una niña, allá por 1929. Su familia, como muchas otras, fue atraída por la promesa de una nueva vida cuando Juan March compró a los Larios la Sociedad Industrial y Agrícola del Guadiaro. No solo llegaron administradores y contables de la bella isla de Mallorca, sino también maniseros, capataces y jornaleros. El padre de Antonina pertenecía a esta última categoría.

En 1945, March decidió parcelar y vender las tierras a pequeños agricultores. El padre de Antonina fue uno de los compradores, y así quedó la familia anclada para siempre en Tesorillo. Aunque con los años el acento mallorquín de Antonina se mezcló con el andaluz, conservaba una manera de hablar tan peculiar como encantadora.


Antonina se casó con Pedro Quirós, un casareño que había llegado al pueblo buscando un porvenir mejor. De esa unión nació una hija, que años después le regalaría dos nietos: un niño y una niña, su mayor orgullo. Antonina enviudó joven y vivía sola, pero tenía la fortuna de contar con la cercanía de sus vecinos, Juan López y Estefanía Rubio, padres de dos varones mayores y de una niña pequeña, que era la reina de la casa. Los López-Rubio se convirtieron en su familia en Tesorillo, pues su hija, por cuestiones de trabajo, vivía lejos, en Cataluña.

En un frío diciembre de 1954, con la Navidad aproximándose, Antonina acudió a la Caja de Ahorros. Allí retiró mil pesetas, un billete único con la figura de Luis Vives en el anverso, destinado a los regalos de Reyes para sus nietos. Al llegar a casa, metió la mano en el bolsillo del abrigo para guardarlo bien, pero no estaba.

El billete había desaparecido.

 


 

Desesperada, revisó una y otra vez el abrigo. Sacó los forros de los bolsillos, palpó cada rincón, pero no había rastro del dinero. Un sudor frío le recorrió la frente, y un nudo de angustia le apretó el pecho. Salió de nuevo al camino y desanduvo sus pasos hasta la Caja de Ahorros, con la esperanza de encontrar el billete perdido. No lo halló.

Estefanía, su vecina, notó el desasosiego de Antonina y, tras insistir, logró que le contara lo ocurrido. Entre lágrimas, Antonina repetía:
—Este año no podré comprarles Reyes a mis niños...

Conmovida, Estefanía compartió el problema con su esposo, y juntos idearon un plan. Juan anunciaría que había encontrado el billete en la puerta de su casa. Para evitar malentendidos, dirían que lo habían guardado hasta encontrar a su dueña. Aunque la economía de los López-Rubio estaba ajustada, decidieron sacrificar parte de sus propios gastos navideños para ayudar a Antonina.

Cuando le devolvieron el billete, Antonina rompió a llorar. Abrazó a Estefanía con una gratitud que no podía expresarse con palabras.

Dos noches después, el 23 de diciembre, algo extraño despertó a Antonina. Como si una fuerza misteriosa la guiara, se levantó de la cama y fue a revisar su abrigo una vez más. Esta vez lo examinó con más calma, con más detenimiento. Entonces lo vio: un pequeño descosido en el bolsillo. Con unas tijeras abrió la costura y, allí, escondido en el forro, estaba el billete de mil pesetas.

Dos lágrimas rodaron por sus mejillas. Dio gracias a Dios, no solo por haber recuperado el billete, sino por haberle dado vecinos tan generosos.

Al día siguiente, sin prisas, Antonina preparó un pastel mallorquín, una receta que había heredado de su madre. En su interior colocó un sobre con el billete y una nota que decía:

"Sois los mejores vecinos del mundo. Nunca olvidaré lo que habéis hecho por mí. Dios os bendiga."

La noche de Navidad, tras la cena, los López-Rubio partieron el pastel. En el centro, hallaron el sobre. Las palabras de Antonina y el gesto devolvieron la calidez al corazón de quienes ya habían demostrado que la bondad no conoce límites.


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