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Foto superior, los libros al pie de los contenedores. Foto inferior libros dentro del contenedor |
Pacurro
Ayer me encontré con una escena surrealista, que me dolió más de lo que imaginaba. A los pies de un contenedor vi depositados más de cincuenta libros, en perfecto estado, esperando el momento de ser arrojados a la basura. No eran papeles viejos ni material inservible: eran libros, la mayoría de ellos interesantes, dignos de seguir circulando de mano en mano.
Mi primera reacción fue ponerme en contacto con el Ayuntamiento. La respuesta fue desalentadora: “no tenemos sitio”. No me conformé y llamé a una persona de confianza vinculada al colegio José Luis Sánchez. Sé por la confianza que tengo , que habría hecho gestiones, pero desde el propio centro se optó por el silencio, por la callada por respuesta. No fui yo solo quien se ocupó del desaguisado, hubo otras personas que paralelamente hicieron lo mismo , con igual resultado
Minutos después, esos libros terminaron dentro del contenedor de cartón y papel, ¿quien los tiró al contenedor? - según me cuenta fue una persona que en la actualidad está vinculada laboralmente al ayuntamiento- se puede pensar, aunque no podemos afirmarlo taxativamente, que obedeciendo órdenes superiores . Fue un gesto frío, sin miramientos, que me hizo pensar en lo poco que, a veces, valoramos lo que significa un libro.
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Libros recién rescatados del contenedor |
Por suerte, la historia no terminó ahí. Esa misma noche, un par de vecinos —a los que pronto se sumaron otras personas— decidieron rescatar los libros de su terrible destino. Los recogieron con cuidado y los pusieron a buen recaudo, salvando así no solo unos volúmenes encuadernados, sino la memoria, el conocimiento y el esfuerzo que contienen.
Un libro nunca es basura. Tirarlo lo es.
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