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| Vista de la Plaza años 50 |
Pacurro
Hoy me ha dado por recordar aquellas cosas sencillas que hacían grande la vida en los pueblos. Detalles cotidianos que se han ido perdiendo con el tiempo: los pregones en la calle, las cartas escritas a mano, las vecinas barriendo la puerta o las charlas después de misa.
Hubo un tiempo en que la vida del pueblo transcurría a pie de calle, sin prisas y sin pantallas. Los carteros, que eran como de la familia, no solo repartían sobres, sino noticias y emociones. Cada carta llevaba un pedazo de alma: la del hijo que hacía la mili, la del padre que trabajaba en Cataluña o la del novio que escribía desde Alemania prometiendo volver en Navidad. Hoy, las cartas siguen llegando, pero ya no traen latidos, sino facturas, avisos o propaganda.
También se apagaron las voces de los “pescaeros”, que recorrían las calles pregonando su mercancía como si cantaran una copla. La plaza, antaño centro de bullicio y encuentro, ya no es aquel pequeño zoco donde se mezclaban los pregones con el olor a fruta, ropa o retales . En los bares no se juega al dominó o a las cartas, ahora se discute de política o nos quejamos por todo o casi. Las tiendas de antaño donde se encontraba de todo, donde te fiaban, si no han desaparecido, tienen los días contados
Los niños, que antes llenaban las calles con sus risas y pelotas , ya no se esconden al ver venir a Pacurro el municipal, ni inventan porterías con dos piedras. Ahora juegan con pantallas que no levantan polvo ni provocan regaños.
Después de misa de once de los domingos , los corrillos de vecinos también se han ido deshaciendo. Las conversaciones en cualquier esquina, los comentarios sobre el tiempo o sobre la cosecha, se han ido quedando en silencio. Y ya casi no se ven las vecinas barriendo la puerta al amanecer, ni a los mayores salir al fresco en las noches de verano con su silla de anea y su abanico.
Todo ha cambiado, es verdad. Pero cuando uno pasea por Tesorillo en un atardecer tranquilo y ve a alguien saludar con un “buenas tardes”, o escucha el repicar de las campanas llamando a misa, entiende que el alma del pueblo sigue viva.
Quizá más silenciosa, quizá más moderna… pero viva.
Porque mientras haya quien recuerde aquellos días sencillos, la vida seguirá pasando por la puerta.


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