Los que
tengan cierta edad como este modesto comunicador y mucho más jóvenes. Estoy
seguro que les habrá sucedido situaciones, donde hay momentos, no sabes lo qué hacer, ya que la metedura de pata es
meridiana, siendo aplicable el dicho de ¡Tierra trágame!
Quiero
compartir con todos ustedes, una anécdota que me ocurrió en los que se dieron
todos los condicionantes expuestos.
Les
cuento. Recuerdo que era domingo, día soleado, muy frio, prestaba servicio como
Policía Local. Serían aproximadamente las diez de la mañana. Cuando un amigo
tras el pertinente saludo, los clásicos comentarios hacia el tiempo, el contradictorio”
Que fresco hace esta mañana”. Paradoja de los andaluces que al frio le llamamos
fresco.
Bien,
después de saludarnos, mi amigo me invita a tomar un café. La verdad, se apetecía un café bien calentito.
Entramos
al bar, observo a una conocida desayunando en una de las mesas, sola, pero
evidentemente por los servicios que figuraban en la mesa, estaba acompañada y
por deducción pensé que por su esposo, conocido y amigo personal.
El individuo en cuestión es persona fornida,
supera el metro ochenta y anchas espaldas. En el camino hacia la barra, me lo
encuentro pero vuelto hacia mi frente.
Ni corto
ni perezoso, como reitero había confianza, le golpeo en sus anchos lomos, dos
buenos tortazos, reconozco que sabiendo de su fortaleza, me excedí un tanto en
la energía.
Hete aquí,
cuando el golpeado se gira, descubro que no era quien yo creía que era. La cara
del señor era mitad de sorpresa, mitad de enfado. Pienso ¿Qué opinaría el buen
hombre, cuando un policía sin conocerle de nada, le da dos buenos tortazos? No
sé qué cara se me quedo, pero estoy seguro que parecería un poema.
Tras un breve espacio donde ninguno de los dos
articulamos palabra, me salió un entrecortado “Usted perdone me he equivocado”,
el buen hombre no atinaba a decir nada. Fue cuando la señora de él, que había
presenciado la escena, desde una mesa cercana, con habilidad y mucha gracia, me espeta, “Hombre claro que se ha
equivocado, no creo yo que en este pueblo los municipales vayan dando golpes a
los desconocidos”.
En esos
instantes sale desde los aseos, quien yo creía que era. Les aseguro que no se
parecía a mi golpeado en nada, ahora bien sus contexturas físicas eran como dos
gotas aguas.
Para colmo
el amigo que me acompañaba y perdonen la expresión, es un cachondo mental,
comenzó a reír y es de los que ríe de manera ostentosa y que hace contagiar al
resto. La escena de sainete propio de los hermanos Álvarez Quintero.
El café
estaba bien calentito, pero no fue óbice, para que lo consumiera en un pis pas y tomará la puerta como el canelo.
En
aquellos momentos desee que la tierra me hubiese tragado.
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