María Martín Quirós, es una tesorillera de 21 años de edad, estudiante de medicina. Que solo hace unos días ha participado en una misión en Perú. Accediendo muy amablemente a nuestra petición, nos cuenta su experiencia en ese remoto lugar de América del Sur, donde la vida, la felicidad y lo que llamamos bienestar se parecen poco a lo que estamos acostumbrados
He pasado casi un mes en
Morán Lirio, un pueblecito de la sierra norte de Perú. Y ha sido la experiencia
de mi vida.
Fui de misión con las
Misioneras Oblatas de María Inmaculada y con un grupo de jóvenes lleno de vida,
dispuestos a entregarse en lo que más falta hiciese con una alegría
desbordante. No nos conocíamos de nada, pero al tercer día ya parecíamos amigos
de toda la vida. Ha sido un regalo compartir la experiencia con cada uno de los
trece misioneros: religiosas, sacerdote y jóvenes.
Nuestra misión principal
allí era la evangelización, pero pudimos hacer muchas más cosas. Nuestro día a
día era sencillo pero intenso: por la mañana íbamos a clase, luego hacíamos
actividades con niños de primaria, después de la comida hacíamos deporte con
los chicos de secundaria y por la tarde celebrábamos misa, que era la actividad
central del día.
Perú es un país distinto: su
gastronomía es exquisita aunque a priori haya cosas que no queríamos ni probar;
tiene una cultura muy diferente, con costumbres muy distintas. Si hay una
actividad programada a las 10, igual empieza a las 12. O igual has quedado con
los niños para hacer pulseras a las 16 y llegan a las 15 porque no aguantan de
la impaciencia por querer estar con nosotros. Y nosotros felices porque tampoco
aguantábamos para jugar con ellos.
Dimos clase en primaria y
secundaria en las materias que cada uno se sentía más cómodo: desde inglés
hasta física, todas. En esta tarea pudimos ver cuántas diferencias hay entre el
sistema educativo español y el peruano; pero conocimos una realidad asombrante:
profesores, que la mayoría de las veces dan clase en materias que no son la
suya y que sin embargo, se desviven para que el alumno aprenda todo lo que él
mismo sabe; aunque también había alguno que se desentendía un poco más. Pudimos
compartir nuestro humilde conocimiento con los profesores e incluso dimos
clases solos. Fue muy divertido poder pasar tanto tiempo con los adolescentes y
niños de Morán.
En este tiempo de misión he
descubierto un país espectacularmente bonito: unos paisajes de cuento; un cielo
que cada día al amanecer y atardecer te daban gracias de fotografiarlo para no
olvidarlo nunca; un cielo estrellado que jamás había imaginado; unas montañas
infinitas, preciosas. Pero, sobre todo, he descubierto un país precioso por las
personas que viven allá.
He conocido a personas que
sin tener nada, te dan todo lo que tienen, porque compartir con el hermano es
vivir; personas que te hacen sentir en casa a más de 9000 km de la tuya; un
país que está hecho con personas trabajadoras, sencillas y entregadas para que
sus familias tengan todo lo necesario para vivir.
Con respecto a esto he
aprendido muchísimo: qué es lo necesario para vivir.
Vivimos en una sociedad que
nos hace ver que para ser felices tenemos que tener el último modelo de móvil,
la ropa de última moda, el coche más caro y tener más likes en fotos que nadie.
Y qué equivocados estamos. Compartiendo este tiempo con el pueblo, Morán Lirio,
he descubierto que lo único necesario para vivir es eso, vivir.
He conocido a personas que
viven en casas muy sencillas, sin agua caliente, e incluso a veces sin agua
corriente, en un pueblo que hace frío todo el año; personas que para viajar a
la ciudad más cercana no saben si van a tener transporte o no, pero saben cómo
hacerlo para llegar; personas que con su trabajo más intenso durante todo el
día consiguen sus propios alimentos y cuando los consiguen vienen a casa de los
misioneros para compartirlos con ellos; niños que con sus tres galletas de la
merienda comparten con los 13 misioneros y todos los niños que estaban jugando;
niños que son felices jugando con una simple pelota, o con un trozo de
madera... y así podría estar horas. He conocido a personas felices de verdad.
De la felicidad contagiosa al ver la sonrisa en la cara del otro.
Niños que son tan tímidos
que el primer día se escondían detrás de las mesas para no vernos y que después
de dos canciones, no se separaban de nosotros. Niños que se soltaban de la mano
de sus madres por la calle para venir a darnos el mejor abrazo de nuestras
vidas. Niños que tenían que caminar casi dos horas para ir al cole y que aún
así, llegaban corriendo y con una sonrisa porque iban a aprender. Niños que
tienen pocas cosas materiales pero tienen unos valores de oro y que nos han enseñado
muchísimo desde la más absoluta sencillez.
Personas con realidades muy
difíciles y duras que aún así te dicen que lo único importante es que en casa
están todos bien y que son felices.
Personas que te agradecen el
simple hecho de jugar con sus hijos porque piensan que así les estamos creando
ilusiones y ganas de luchar por un futuro mejor. Personas que te abren las
puertas de su casa y te ofrecen sus mejores comidas y su tiempo. Sí, porque
allí da igual el tiempo. No hay prisas, no hay presión porque llevas media hora
hablando con alguien en la calle y tienes que ir aquí o allá. Simplemente
disfrutas de la conversación, de poder compartir tiempo con la otra persona.
La vida así sí tiene
sentido.
Perú tiene algo que te
cambia la vida. Te cambia la vida ver cómo viajan de un sitio a otro (en la
parte de atrás de una camioneta, por ejemplo); te cambia la vida ver cómo se
duchan con el frío y fuera de casa; te cambia la vida ver que sólo hay un
médico que para llegar tarda más de una hora porque es todo lo cerca que puede
vivir; te cambia la vida ver lo felices que son con lo poco que tienen; te
cambia la vida, pero de verdad.
Puede sonar utópico, pero
merece la pena salir de la zona de confort; merece la pena vivir sin las
comodidades a las que estamos acostumbrados y ver que no son tan necesarias
para poder vivir; merece la pena desprenderse de vivir totalmente conectados a
internet; merece la pena porque ayuda mucho a valorar qué es lo importante y lo
realmente necesario, que poco tiene que ver con cosas materiales.
Es cierto que no hace falta
ir a la otra punta del mundo para ayudar, pero merece la pena recorrerte el
mundo entero si así puedes hacer feliz a otro.
María, en la fila trasera, la del centro |
En un principio, yo iba con la intención de darme a los demás y ayudar, pero vuelvo habiendo recibido infinitamente más de lo que yo pueda haber aportado.
Nuestra misión era
religiosa, y por tanto, a nivel personal ha supuesto un bonito encuentro con
Dios y con los demás en lo pequeño, en lo cotidiano: en una sonrisa; en un
abrazo; en una broma entre los misioneros; en la fe de personas que viven todo
el año sin presencia de sacerdotes, pero cuando van los misioneros están
radiantes de alegría porque por fin tienen “misita” y la iglesia abierta.
Ha sido la mejor experiencia
de mi vida.
Ha sido un tiempo corto pero
intenso. Estoy infinitamente agradecida por haber podido conocer la realidad de
ese pueblo en concreto, allí donde parece que el mundo se acaba. Pero que no
acaba, si no que empieza. Y todo tiene sentido porque es así: sencillo y alegre.
Hay sitios y momentos que se
guardan en el corazón y sin duda, Morán Lirio va a estar siempre en el mío.
María Martín Quirós
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