miércoles, 10 de abril de 2019

Tragos de la Vida. Por Salvador Delgado Moya



Y una vez más se abrió la puerta de la alcoba. Tímidamente chirriaban las bisagras, forzadas para ejecutar difícilmente la misión para las que fueron fabricadas.
Entrada y salida continua de la misma persona, él y un ocasional sol aparecían en aquella habitación con salvoconductos exclusivos de autorización. Siempre a la misma hora, siempre la misma rutina...
Olor a toallitas húmedas con fragancia imposible de acertar; parking accidental de maquinas “made in for the end” (para el final); ambiente rancio espía de mini- historias escritas con paciencia, resignación y automatismo; altar improvisado de medicamentos específicos para combatir lo irremediable; luz tenue para obligar a dilatar las pupilas al máximo; banda sonora continua del colchón anti-escaras, silbido nocturno hipnotizando la poca lucidez que le queda.

Aquel hombre volvió a la cocina, prendió el hornillo de butano. Se descuidó como tantas veces y casi se desparrama la leche de aquel cacillo cuarentón. Sus dedos temblorosos desmigaban unas rosquillas embadurnadas de azúcar. Elaboró una especia de menjunje lácteo y procedió a brindárselo a su amada.
El reloj puso tono a aquel lúgubre pasillo, anunciando las señales horarias con una melodía cansina y antigua.
.- ¡Toma cariño! Tómate esto. La leche calentita como a ti te gusta y las rosquillas que siempre te han vuelto loca por su sabor...
Aquella mujer acumulaba en su piel pliegues de incomprensión, mirada de agotamiento y respiración acomplejada por la monotonía y el desenlace. Medio tronco erguido gracias a la motorización de las lamas de un canapé, orgullosas de su profesionalidad. Abría la boca a la orden de su insobornable alimentador, haciendo que el equipo dual ejecutara su baile a la perfección, apoderado siempre por la combustión de los años. Cucharada tras cucharada, alimentando un cuerpo famélico, invocando un milagro, consciente que jamás se le otorgará. Sangre cansada de viajar que no oxigena a su paso, porque el destino un día decidió dilapidar su vida sin preguntas y sin respuestas. Servilleta siempre a mano,para limpiar las comisuras de los labios.
.- Hoy es el día. Hoy daremos fin a todo este padecer. Hoy descansaras...
Le pintó los labios, la peinó con tal delicadeza que le cambió el aspecto, caricias tras caricias, la perfumó y la culminó con el beso con más pasión que se pueda regalar. Le ofreció un vaso con un líquido incoloro, lo tomó y mientras tragaba sus ojos despedían a una pasión, una necesidad que se fue afianzando durante años, a un único y exclusivo amor... despedía a la generosidad, a la complicidad, al amante, al acoplamiento perfecto, a las risas, a las lágrimas, a su vida... un ocaso de agradecimientos que necesitaría otra vida para poder culminarlo.
El hombre volvió hacia una sala. Siempre hacia lo mismo, reiterativo en su proceder, pero hoy era distinto, hoy todo cambiaría, hoy sería socio de su descanso... por un momento quiso llorar, pero las lágrimas invocaron a la sequedad de los sentimientos. Se sentó, y con papel y lápiz escribió:
.- Adiós mi amor. Hoy he sacado el valor suficiente para acabar con esta situación. No ha sido nada fácil, pero soy consciente que todo tiene un fin, y que soportar ciertas situaciones debilita las esperanzas. Tu enfermedad sólo ha traído una cosa buena para los dos, y es la unidad de ambos, reducir dos almas a una sola, trabajando sin descanso por y para ti. Y tú, inmóvil, postrada en la horizontalidad, deseosa de que esta mala secuencia de tu vida termine cuanto antes, sin consideraciones, sin condicionantes y sin clausulas. Pues hoy lo he hecho por ti, porque el amor que te tengo va más allá de la vida, eres el único sentido para respirar. Tu sufrimiento continuo anula mi ser. Es mucho tiempo el que llevas implorando la sensatez y la coherencia, aunque para algunos sea motivo de oposición, sin calibrar el problema y sin conocimiento de causa.
.- Ha llegado tu momento. Tu momento de volar, aunque sin alas; de bailar, aunque sin música; de descansar, aunque con merecimiento. No será una muerte provocada, es una necesidad implorada para provocar un descanso necesario e incluso vital para la conciencia. Ya vamos a acabar con esta tortura disfrazada de normalidad, de ese apego al sufrimiento, de esa mirada de suplicar, de clamar, de rogar, de acabar definitivamente de ese monstruo interno llamado tortura y apellidado calvario.
.- No me ha sido fácil tomar la decisión. Antes de despedirnos debo desvelarte un secreto, ¡ soy un cobarde!, tan cobarde que el veneno no te lo he dado, te he engañado, sólo te he dado agua. ¡No he podido hacerlo! ¡Me le he tomado yo!, porque soy tan pusilánime, que no puedo soportar ver tu muerte... es tanto el amor que te profeso, que todavía me queda mucha cantidad para brindártelo en otra vida...
-¡Que me condenen por el delito de amar, que gustoso cumpliré la pena!
.- Sin más se despide tu amor. Te estaré esperando. No tardes mucho. Nuestro sitio es otro lugar, es otro mundo; donde nuestra luz sean las estrellas, donde nuestro hogar sea el firmamento, donde bailemos abrazados, como antaño, envidiados por la luna y el sol; donde divaguemos por y para el resto de la humanidad cogidos de la mano, dándonos besos y susurrando “te quiero para siempre”...

Fdo. Salvador Delgado Moya

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