José Moyano, alias “El Chatarra”, persona de un metro cincuenta o cincuenta y cinco centímetros, cojo de la pierna derecha , solitario, sin familia conocida, sin techo donde resguardarse, analfabeto, listo como el hambre e independiente, no admitía abuso de autoridad de nadie ni siquiera del patrón, por muy necesitado que estuviera, cuando se terciaba solía emborracharse, siendo objeto de bromas Debido a sus limitaciones físicas, se buscaba la vida, como pastor, cabrero, vaquero o de guarda de noche de plantaciones agrícolas, nunca supimos su edad exacta, como era muy fantasioso, decía que su minusvalía se la produjo en la guerra, pero no casaba su apariencia física y otros detalles biográficos , por lo que nunca nos creímos tal afirmación. Su trabajo se desarrollaba en los cortijos y haciendas, cada quince o veinte días, acudía al pueblo para comprar suministros. Su compañero y medio de locomoción era su burro “bicicleta”, apellidado así porque la velocidad que empleaba a veces era impropia para los de su especie.
Un día El Chatarra como de costumbre bajó al pueblo y en la tienda de María la gorda se abasteció de todo aquello que le era necesario, incluida una linda y apetitosa morcilla casera , que sería el almuerzo de la jornada. Una vez terminada la compra se encaminó al bar de Antonio el molinero, llamado de esa manera por el antiguo oficio de su padre y abuelo. Al molinero le dejó en depósito la compra, mientras se pelaba y afeitaba en la única barbería de la localidad.
Ese día como casi siempre se encontraban en el bar entre otros Martín Montes, un individuo de metro noventa, de muy buen porte, tratante de ganados, el cual había amasado una fortuna no con muy buenas artes, pulcramente vestido, con pantalones a rayas, hechos a mano, camisa blanca y gorra de visera a juego con el pantalón, botillos camperos de piel , arrogante y mujeriego, se le conocían muchas aventuras, en su compañía estaba Lucas Pérez, Lucas es de esas personas que solo con su presencia molestan, adicto a las prendas de marca, poseía una propiedad agrícola y una partida de ganado vacuno, ambas cosas le daban para ir tirando aunque él jugaba a ser rico, muy amigo de dar bromas la mayoría de mal gusto , pero sin soportar una sola.
A Lucas se le ocurrió hurgar en las pertenencias del Chatarra, con el propósito de gastarle una broma fue cuando descubrió la linda y apetitosa morcilla, le propuso a Martín de comérsela entre ambos, este no lo dudo, así que regada con un buen fino de Jerez dieron buena cuenta de la vianda , en el transcurso de la felonía no faltaron las risotadas y los comentarios jocosos, ambos se frotaban las manos pensando en la reacción del Chatarra cuando descubriera el entuerto, todo ello con la complicidad del tabernero .
Una vez afeitado y pelado José Moyano, recogió las pertenencias montó en el asno y se encaminó a su lugar de trabajo, en la mitad aproximada del camino se apeó y a la sombra de un frondoso álamo, se dispuso a dar buena cuenta de la apetitosa morcilla, pronto se percató que el manjar referido había desaparecido. Como de tonto no tenía ni un pelo, lejos de enfadarse, indignarse, maldecir a los autores del agravio, monto en el rucio pero no siguió su camino sino que volvió sobre sus pasos y se encaminó de nuevo al pueblo. De inmediato se personó en el bar, Antonio sorprendido de verlo, con sarcasmo le pregunta, ¿chatarra, te pasa algo?, a mi nada pero estoy muy preocupado, me he dado cuenta que me falta la morcilla, a mi no me gusta nada es más la repito mucho por eso no la puedo catar , lo que pasa es que estoy probando un matarratas nuevo, líquido que no tiene ni olor ni sabor, así he empapado la morcilla con el veneno con intención de echarla a las ratas , me han dicho que es muy peligroso por eso me da mucho miedo que alguien por error haya podido comerla , puede morir en horas, no quiero cargar con la culpa. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo del molinero , la cara era un poema, de inmediato llamó por teléfono a Martín, este hipocondríaco por naturaleza, nada más recibir la noticia, se puso lívido y empezó a vomitar compulsivamente, Lucas fue presa del pánico siendo víctima de un ataque de ansiedad, ambos fueron trasladados al Hospital Comarcal, donde obviamente no les apreciaron intoxicación alguna.
La noticia corrió como la pólvora, Martin y Lucas que por cierto no gozaban de muchas simpatías entres sus convecinos, probaron su propia medicina, sufriendo en su carnes las burlas y el escarnio.
Esta historia verídica , plasma en toda su esencia el dicho popular “DONDE LAS DAN LAS TOMAN”.
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