lunes, 29 de junio de 2020
Amanecer en el Ocaso por Rosa Estorach, publicado en la Revista Literaria Óbolo
Me di la vuelta poco a poco, reteniendo cada detalle que me rodeaba.
Los cuadros pendían de las paredes pintadas de un rosa fuerte que se
oscurecía con la tenue luz que, a manera de antorchas, se distribuían por
toda la sala.
Observé a una pareja que se paraba ante aquella pintura llamada
“Amanecer en el ocaso”, giraban la cabeza de un lado hacia a otro, buscando el significado de la imagen, se miraban y cuchicheaban entre ellos, tomaban un sorbo de la copa que se les entregó a la entrada y
siguieron contemplando las pinturas. Yo seguía apoyada en una desnuda
columna justo al lado de un gran macetón que impedía que muchos
reparasen en mi presencia, era mejor, me decía, no sentía el menor deseo de
poner una falsa sonrisa y ser amable cuando ni siquiera conocía a toda
aquella gente, solo estaba por él; él, hacía rato que no le veía, sabía que
deseaba que estuviese en la exposición y traté de complacerle, aunque me
resultaba agobiante.
Minutos después oí su risa, venía acompañado de un grupo de chicas,
todas jóvenes encantadoras y de extraordinaria elegancia; le observé con
admiración, mantenía una conversación que levantaba expectación, de vez
en cuando me miraba de soslayo, como esperando con la mirada mi
aprobación, yo a distancia le sonreía y él seguía hablando. No podía dejar
de contemplarle, estaba tan guapo, su porte distinguido, su sonrisa
cautivaba a todo los que se le acercaban, no había nadie en toda la galería
que le hiciese sombra; no podía evitarlo, sentía unos deseos enormes de
abrazarlo con ternura.
No sé cuánto tiempo estuve allí, los visitantes iban y venían y al poco
vi cómo se me acercaba sonriente. —¿Estás aburrida? —Me dijo—. No, no
te preocupes. Felicidades cariño, creo que ha sido todo un éxito, me siento
orgullosa de ti —Deposité un beso en su mejilla en el mismo momento que
una de sus anteriores acompañantes pasaba junto a nosotros, pude oír como
descaradamente y con un tono de voz más alto de lo que en la galería
estaba permitido: —¡Es asqueroso! Pero... ¿qué habrá visto en una vieja
como esa? Seguro que está forrada y tal vez sea ella la que ha patrocinado
la exposición a cambio de ciertos favores —Más que avergonzada me sentí
indignada, pero él me rodeó con sus brazos y me dijo: —No le hagas caso
mamá, tiene envidia porque tú eres más guapa que ella.
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