Los seres humanos hemos evolucionado de tal manera que somos capaces de dar una respuesta rápida cuando un evento adverso ocurre; en cambio, nos cuesta reflexionar de manera sosegada para profundizar porqué esa circunstancia ha ocurrido, y sobre todo somos pésimos cuando debemos evaluar el binomio “riesgo/beneficio”.
Por eso, tenemos más miedo a los tiburones que a los platos de ducha; pensamos que un avión es más peligroso que un enchufe; nos preocupamos más por un temblor de tierra cuando el peligro está por ejemplo en nuestra cocina; nos asustan las bombas y las guerras mientras fumamos tranquilamente un cigarrillo en una terraza...
Pues igual ha ocurrido con el conflicto de la vacuna de Oxford/AstraZeneca.
Somos penosos a la hora de evaluar probabilidades.
Los ciudadanos podemos fallar en esta evaluación, pero los políticos no deberían haberlo hecho. Son nuestros dirigentes y deben estar preparados para ello.
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