martes, 20 de abril de 2021

El dolor en las distintas culturas (2). Por Jerónimo Sánchez Blanco



En la   antigua  Grecia, las distintas  corrientes de pensamiento  ofrecieron  paradigmas que divergían entre sí,  para  explicar  la existencia   del dolor  y del sufrimiento,  ya fuesen los estoicos, los discípulos de  Platón  o los  de Aristóteles. Todos ellos, no obstante, tenían en común,  algunas cuestiones que pueden contribuir  a la  reflexión,  en la sociedad actual.


En primer  lugar, diferenciaron  entre  el dolor o sufrimiento  físico, que tiene su  origen  en la enfermedad  y la muerte, de una parte,  y el dolor  o sufrimiento moral, de otra, que tiene  su origen  en las decisiones y actos adoptadas por  los seres humanos. El dolor y el sufrimiento físico forma parte de  la naturaleza  constitutiva  del  Universo y singularmente de los seres vivos,  en  el  que estamos  integrados y del que somos una  partícula  muy pequeña del mismo; y  además, estamos sujetos a las leyes físicas y bioquímicas  que rigen el ciclo de la vida. Por el contrario, el dolor y sufrimiento moral  está  íntimamente ligado  a la libertad de los hombres, en sentido  genérico, que  condiciona las relaciones  entre los individuos y grupos sociales;  en definitiva, sujetos  a las leyes  y  a las  formas  de la organización  social, económica y política   que deciden  los pueblos y sus dirigentes.

En segundo lugar,  tanto  la escuela  estoica, la platónica como la aristotélica,  se centraron principalmente, en  dar una respuesta  al sufrimiento  moral, desarrollando la  Ética,  que  regula  la conducta  de las personas, proponiendo  la practica de la virtud, la justicia, la convivencia y la paz . En este contexto  cultural, surgió   el sistema político de la   Democracia  en Atenas en la época de Pericles, frente  a los sistema alternativos de  la Aristocracia y la Tiranía, de la que era exponente la  ciudad de Esparta, organizada  para la guerra. Para  afrontar esta modalidad de sufrimiento, consideraban  necesario, fortalecer   la voluntad,  el control de los sentimientos  y de los sentidos, distanciándose  de los   bienes materiales, de los placeres y de las  apariencias; enaltecían  el camino de la templanza, la moderación,  la racionalidad, el amor y  vivir de acuerdo con las leyes de la naturaleza, y el camino  de la justicia. Así lo señala  Platón (427- 347 a.C) en su obra  El Banquete:

«…A continuación se ha de hablar  sobre la virtud  del Amor. Lo más importante es que el Amor no comete  injusticia  contra Dios, ni contra los hombres, ni la recibe tampoco de Dios  o de  hombre  alguno. Tampoco padece violencia, si es que padece de  algo, pues la violencia no toca  al Amor. Asimismo, cuando obra, no ejerce violencia, porque todo el mundo sirve  al Amor de buen grado en todo, y aquello que convienen dos por propia voluntad dicen “las leyes reinas de la ciudad” que es justo. Pero, aparte de la justicia, participa  además de la mayor templanza. Pues, según se opina comúnmente, la  templanza  es el dominio de los placeres y de los deseos, y no hay ningún placer mas fuerte.(…) El Amor, por ser, ante todo sumamente bello y excelente  en sí, es causa después  para los demás de otras   cosas semejantes…

Desde la  Ética, para los filósofos griegos, los seres humanos, podían  asumir el sufrimiento  físico  que conlleva la condición trágica de la existencia, de su vulnerabilidad y fragilidad; aceptando con entereza y fortaleza, las leyes  físicas y bioquímicas del Universo, y su apertura al conocimiento, a la  virtud, a la belleza  y   al misterio de la vida.  Aristóteles, en su obra  Ética a Nicómaco, nos ofrece su visión de la virtud:«…

Pues, la virtud, como más ilustre  cosa y de mayor valor que toda cualquier arte, también inquiere  el medio como la naturaleza misma. Hablo de la virtud moral, porque ésta  es la que se ejercita en los afectos y acciones, en las cuales hay exceso y defecto, y su medio, como son el temer y el osar, el codiciar y el enojarse, el dolerse, y generalmente el regocijarse y el entristecerse, en todo lo cual puede haber más y menos, y ninguno de ellos, ser bien…

Asimismo identifica, de una parte, la justicia con  la  ley:

«…Parece, pues, que así el que traspasa las leyes, como el que codicia demasiado, y también el que no guarda igualdad, se dice  injusto,  y así también claramente, aquel se dirá  ser justo, que vive conforme a ley y guarda  igualdad en el trato de las cosas; y lo justo será lo que es conforme a ley, y  lo injusto, lo que es contra la ley y desigual (…) Y pues, el que traspasa las leyes  es injusto, y justo el que las guarda, cosa cierta es que todas las cosas legítimas, serán  en alguna manera  justas. Porque todas las cosas determinadas por la facultad de poner leyes  son legítimas, y cada una de ellas, decimos ser  cosa justa.  Las leyes, pues, mandan todas las cosas, dirigiéndolas, o al bien común de todos, o de los mejores, o de los más principales en virtud o en cualquier otra manera. De una manera, pues, decimos  ser justas las cosas  que causan  y conservan  la felicidad  y los miembros  de ella  en la civil  comunidad

Y de otra,  considera que la justicia  es perfecta.

«…La justicia, pues, encierra en sí y comprende todas las virtudes, porque es el uso de la virtud que es más perfecta. Y es perfecta, porque el que la posee, puede usar para con otro la virtud, y no para consigo mismo solamente.(………). De manera, que justicia no es  una sólo  una especie de virtud, sino una suma de todas las virtudes. Ni su contraria, la sin justicia  es una especie de vicio, sino una suma de todo género de vicios. En qué difiera, pues, esta justicia y la virtud, de lo que está  dicho se entiende  claramente

IV
Dramaturgos griegos y la tragedia

En la literatura del siglo V a.C.,  los  autores dramáticos  de la Grecia clásica:  EsquiloSófocles  y Eurípides, canalizaban  las creencias populares  y la presencia  de los dioses  de la mitología,  en la  trama  humana. De este modo  plantearon en sus tragedias, entre otras  cuestiones, la relación  y supeditación de las leyes   humanas  a las leyes  de los dioses, dentro de la mitología   griega. Para Esquilo  y Sófocles,  los hombres han  de obedecer a las leyes de la naturaleza  y a la de los dioses, conforme  a la mitología  griega, antes  que a las leyes de los hombres, en tanto que  Eurípides, más  racionalista, duda y cuestiona la opimión de los otros dramaturgos. Así, Sófocles (496-404 a.C.)  pone de manifiesto  en su obra  Antígona,  que  debieran prevalecer las leyes de los dioses sobre las leyes de los hombres. A la pregunta  que  formula  Creonte, rey de Tebas,  a Antígona, hermana de Polinices, cuyo cuerpo muerto, fue enterrado  por Antígona  a las afueras de la ciudad, desobedeciendo  la  orden de Creonte, de no enterrarlo:

«Creonte: Entonces ¿te atreviste  a transgredir estas leyes?.

Antígona: No fue Zeus, en modo alguno, el que decretó esto, ni la Justicia  que cohabita con las divinidades de allá abajo; de ningún modo fijaron estas leyes entre los hombres. Y no pensaba yo que tus proclamas tuvieran una fuerza tal, que siendo mortal, se pudiera pasar por encima de las leyes  escritas y firmes de los dioses. No son de hoy ni de ayer, sino de siempre estas cosas y nadie sabe a partir de cuando pudieron aparecer…»

Asimismo,  en la  antigua  Grecia,  Esquilo  y Sófocles,  argumentaron,  que  el  sufrimiento físico  y  moral  que afligía a la humanidad, era el castigo de los dioses  por  transgredir los hombres  las leyes divinas, al ser culpables de ofender  a los dioses. Especialmente  Esquilo, muy cercano  a las creencias  religiosas populares  y a  la mitología  griega,  hacía  extensiva la culpabilidad  no sólo a los autores  directos de la transgresión  u ofensa, sino también  a los ascendientes y descendientes de ellos. Sin llegar a la radicalidad de  Esquilo,   Sófocles presenta en su obra Edipo Rey escrita  e inspirada  en la peste  que asoló  Atenas  en el siglo  V, la tesis de  que la ofensa a los dioses, y la declaración de culpabilidad conlleva el castigo. La trama de su obra  es  investigar las causas de las desgracias  del pueblo de Tebas, afligido por la peste  y por esta  circunstancia  el rey  Edipo, envió  a Creonte,  al templo  de  Apolo,  para consultar  al oráculo de  Delfos.  Preguntado por  Edipo,  responde  Creonte:

«Creonte: Está bien. Voy a decir de parte  del dios. Nos ordena con toda claridad el soberano Febo (Apolo), que una mancha que, según dice él, ha crecido  en esta tierra nuestra, la expulsemos de la región y no la alimentemos  hasta el punto de que se haga  incurable.
Edipo: ¿Con qué clase de purificación?. ¿Cuál es el carácter de la desgracia?.
Creonte: Con el destierro o reparando una muerte con muerte de nuevo, puesto  que esta sangre es la que está  sacudiendo  la ciudad.

A continuación, el enviado a  Delfos,  se dirige a Edipo  y le informa que el origen de la tragedia y de los males que padece  la ciudad es el asesinato  de Layo, anterior rey de Tebas, como causa de los males  que padece la ciudad;  y señala a Edipo como  culpable del asesinato, sobre el que ha recaer  el castigo de los dioses.

«Creonte:  Muerto éste, manda ahora  el dios, con toda claridad  que se le vengue, castigando con energía los autores, quienes  quiera que sean.

Respecto  de la figura  del dramaturgo  Eurípides (480-406 a.C.), se aprecia  en él,  la  sensibilidad  y  la complejidad de una personalidad,  que duda  y cuestiona las certezas  de la sociedad, muy próximo,  en cierto modo  a la mentalidad  moderna. Así  nos lo presenta  el filólogo y especialista en la cultura clásica,  Carlos García Gual (1943) al referirse a Eurípides:

“Efectivamente, esa veta ilustrada, racionalista, ese empeño en analizar  los motivos y las pasiones mismas, desde una perspectiva lógica, esa crítica a los viejos mitos y a las creencias tradicionales, esa duda constante, respecto a la justicia y la opresión de las relaciones sociales, esa  desconfianza en la religión y en las leyendas  transmitidas  desde antaño, todo eso caracteriza el discurso de muchos personajes de Eurípides. Mucho menos seguros de sí mismos, mucho menos equilibrados en su disposición heroica, pero mucho  mejor descrito psíquicamente, más complejos y más próximos  al hombre de la calle, que los protagonistas de Sófocles o de Esquilo;  los personajes de Eurípides expresan en sus planteamientos, en sus discusones dialécticas, en sus indecisiones y dudas, la complejidad de ideas y la crisis intelectual y moral de esa época. Hay en nuestro autor  una tendencia al realismo (…) que lleva a una crítica y una demoledora  visión del universo mítico, paradigmático  y tradicional, que proporciona al teatro trágico, sus argumentos.

Referido  a sus  últimas tragedias, añade   Carlos García Gual:


“En el conflicto trágico se enfrentan  algunos principios fundamentales de la sociedad  griega: lo masculino y lo femenino, la familia y la cofradía religiosa; lo sabio según las normas cívicas y un nuevo credo religioso; la ordenación de la ciudad  y el entusiasmo de las fiestas agrestes y orgiásticas; lo griego y lo bárbaro, lo apolíneo  y lo dionisíaco, en sentido nietzscheano, y el cruel final deja un amargo sabor.

En definitiva, para  los dramaturgos  griegos, en diferentes  grados, no existen  fronteras   entre los hombres  y los dioses para  explicar  la existencia  del dolor y del sufrimiento en la humanidad. Sin duda, sobre el hombre  que se desvía de las  leyes de los dioses y del  camino de los justos, recae  el estigma de la  culpa y  el castigo de los dioses. Este marco cultural  acerca de la  causa desencadenante del sufrimiento humano,  influirá en la posteridad.

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