En la antigua Grecia, las distintas corrientes de pensamiento ofrecieron paradigmas que divergían entre sí, para explicar la existencia del dolor y del sufrimiento, ya fuesen los estoicos, los discípulos de Platón o los de Aristóteles. Todos ellos, no obstante, tenían en común, algunas cuestiones que pueden contribuir a la reflexión, en la sociedad actual.
En primer lugar, diferenciaron entre el dolor o sufrimiento físico, que tiene su origen en la enfermedad y la muerte, de una parte, y el dolor o sufrimiento moral, de otra, que tiene su origen en las decisiones y actos adoptadas por los seres humanos. El dolor y el sufrimiento físico forma parte de la naturaleza constitutiva del Universo y singularmente de los seres vivos, en el que estamos integrados y del que somos una partícula muy pequeña del mismo; y además, estamos sujetos a las leyes físicas y bioquímicas que rigen el ciclo de la vida. Por el contrario, el dolor y sufrimiento moral está íntimamente ligado a la libertad de los hombres, en sentido genérico, que condiciona las relaciones entre los individuos y grupos sociales; en definitiva, sujetos a las leyes y a las formas de la organización social, económica y política que deciden los pueblos y sus dirigentes.
En segundo lugar, tanto la escuela estoica, la platónica como la aristotélica, se centraron principalmente, en dar una respuesta al sufrimiento moral, desarrollando la Ética, que regula la conducta de las personas, proponiendo la practica de la virtud, la justicia, la convivencia y la paz . En este contexto cultural, surgió el sistema político de la Democracia en Atenas en la época de Pericles, frente a los sistema alternativos de la Aristocracia y la Tiranía, de la que era exponente la ciudad de Esparta, organizada para la guerra. Para afrontar esta modalidad de sufrimiento, consideraban necesario, fortalecer la voluntad, el control de los sentimientos y de los sentidos, distanciándose de los bienes materiales, de los placeres y de las apariencias; enaltecían el camino de la templanza, la moderación, la racionalidad, el amor y vivir de acuerdo con las leyes de la naturaleza, y el camino de la justicia. Así lo señala Platón (427- 347 a.C) en su obra El Banquete:
«…A continuación se ha de hablar sobre la virtud del Amor. Lo más importante es que el Amor no comete injusticia contra Dios, ni contra los hombres, ni la recibe tampoco de Dios o de hombre alguno. Tampoco padece violencia, si es que padece de algo, pues la violencia no toca al Amor. Asimismo, cuando obra, no ejerce violencia, porque todo el mundo sirve al Amor de buen grado en todo, y aquello que convienen dos por propia voluntad dicen “las leyes reinas de la ciudad” que es justo. Pero, aparte de la justicia, participa además de la mayor templanza. Pues, según se opina comúnmente, la templanza es el dominio de los placeres y de los deseos, y no hay ningún placer mas fuerte.(…) El Amor, por ser, ante todo sumamente bello y excelente en sí, es causa después para los demás de otras cosas semejantes…
Desde la Ética, para los filósofos griegos, los seres humanos, podían asumir el sufrimiento físico que conlleva la condición trágica de la existencia, de su vulnerabilidad y fragilidad; aceptando con entereza y fortaleza, las leyes físicas y bioquímicas del Universo, y su apertura al conocimiento, a la virtud, a la belleza y al misterio de la vida. Aristóteles, en su obra Ética a Nicómaco, nos ofrece su visión de la virtud:«…
Pues, la virtud, como más ilustre cosa y de mayor valor que toda cualquier arte, también inquiere el medio como la naturaleza misma. Hablo de la virtud moral, porque ésta es la que se ejercita en los afectos y acciones, en las cuales hay exceso y defecto, y su medio, como son el temer y el osar, el codiciar y el enojarse, el dolerse, y generalmente el regocijarse y el entristecerse, en todo lo cual puede haber más y menos, y ninguno de ellos, ser bien…
Asimismo identifica, de una parte, la justicia con la ley:
«…Parece, pues, que así el que traspasa las leyes, como el que codicia demasiado, y también el que no guarda igualdad, se dice injusto, y así también claramente, aquel se dirá ser justo, que vive conforme a ley y guarda igualdad en el trato de las cosas; y lo justo será lo que es conforme a ley, y lo injusto, lo que es contra la ley y desigual (…) Y pues, el que traspasa las leyes es injusto, y justo el que las guarda, cosa cierta es que todas las cosas legítimas, serán en alguna manera justas. Porque todas las cosas determinadas por la facultad de poner leyes son legítimas, y cada una de ellas, decimos ser cosa justa. Las leyes, pues, mandan todas las cosas, dirigiéndolas, o al bien común de todos, o de los mejores, o de los más principales en virtud o en cualquier otra manera. De una manera, pues, decimos ser justas las cosas que causan y conservan la felicidad y los miembros de ella en la civil comunidad
Y de otra, considera que la justicia es perfecta.
«…La justicia, pues, encierra en sí y comprende todas las virtudes, porque es el uso de la virtud que es más perfecta. Y es perfecta, porque el que la posee, puede usar para con otro la virtud, y no para consigo mismo solamente.(………). De manera, que justicia no es una sólo una especie de virtud, sino una suma de todas las virtudes. Ni su contraria, la sin justicia es una especie de vicio, sino una suma de todo género de vicios. En qué difiera, pues, esta justicia y la virtud, de lo que está dicho se entiende claramente
IV
Dramaturgos griegos y la tragedia
En la literatura del siglo V a.C., los autores dramáticos de la Grecia clásica: Esquilo, Sófocles y Eurípides, canalizaban las creencias populares y la presencia de los dioses de la mitología, en la trama humana. De este modo plantearon en sus tragedias, entre otras cuestiones, la relación y supeditación de las leyes humanas a las leyes de los dioses, dentro de la mitología griega. Para Esquilo y Sófocles, los hombres han de obedecer a las leyes de la naturaleza y a la de los dioses, conforme a la mitología griega, antes que a las leyes de los hombres, en tanto que Eurípides, más racionalista, duda y cuestiona la opimión de los otros dramaturgos. Así, Sófocles (496-404 a.C.) pone de manifiesto en su obra Antígona, que debieran prevalecer las leyes de los dioses sobre las leyes de los hombres. A la pregunta que formula Creonte, rey de Tebas, a Antígona, hermana de Polinices, cuyo cuerpo muerto, fue enterrado por Antígona a las afueras de la ciudad, desobedeciendo la orden de Creonte, de no enterrarlo:
«Creonte: Entonces ¿te atreviste a transgredir estas leyes?.
Antígona: No fue Zeus, en modo alguno, el que decretó esto, ni la Justicia que cohabita con las divinidades de allá abajo; de ningún modo fijaron estas leyes entre los hombres. Y no pensaba yo que tus proclamas tuvieran una fuerza tal, que siendo mortal, se pudiera pasar por encima de las leyes escritas y firmes de los dioses. No son de hoy ni de ayer, sino de siempre estas cosas y nadie sabe a partir de cuando pudieron aparecer…»Edipo: ¿Con qué clase de purificación?. ¿Cuál es el carácter de la desgracia?.
Creonte: Con el destierro o reparando una muerte con muerte de nuevo, puesto que esta sangre es la que está sacudiendo la ciudad.
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