El Moisés de Miguel Ángel |
V
El sufrimiento en el Judaísmo
La amplitud de los textos bíblicos, sitúan el origen del sufrimiento en los siguientes hechos
“Tomó, pues Yahveh Dios, al hombre, y le dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre este mandato: De cualquier árbol del jardín, puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.”.
El lenguaje utilizado es de gran belleza literaria, por el uso de la metáfora, para expresar el enigma que encierra en sí mismo, hasta el punto, que más allá de la literalidad, se pueden formular distintas interpretaciones.
En primer lugar, la obligación encomendada al hombre de cuidar y conservar la Tierra, para preservar la obra de la creación, haciéndole partícipe y responsable de la misma, constituye una declaración de hondo calado al involucrar a la humanidad en esta tarea. Es un mandato que guarda cierta lógica, con la preocupación de las resoluciones de numerosas Conferencias Internacionales sobre la Conservación y Sostenibilidad del Medio Ambiente, celebradas en las últimas décadas bajo el amparo de Naciones Unidas; y de distintos movimientos de opinión, a favor de preservar la Ecología y el Planeta Tierra, a la luz de estudios científicos relativos a los cambios atmosféricos y calentamiento global. Igualmente, es de interés resaltar, que esta interpretación del texto citado , es coherente con lo desarrollado en la Encíclica Laudatio Sí, del Papa Francisco.
Un segundo análisis del texto citado, permite considerar que la prohibición de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, expresa en un lenguaje simbólico, el dilema ético que suscita el hombre con su conducta, al estar obligado a elegir entre la bondad y la maldad, lo que es bueno y lo que es malo, sin entrar en más detalles. El ser humano está condenado a discernir, en el transcurso de su vida, entre lo que considera el bien y el mal, para preservar su vida como individuo, la de la colectividad a la que pertenece y la del planeta Tierra, dentro de la inmensidad del Universo. La interpretación inversa, nos llevaría a considerar que la finalidad de la prohibición, literalmente, sería impedir que el hombre accediese al conocimiento de lo que es bueno y malo, sumergirle en la ignorancia de la dimensión ética de la vida y del conocimiento superior, acorde con la evolución del Homo Sapiens. Las consecuencias de la prohibición para el hombre, supondría permanecer en un estado estacionario, que caracteriza, presuntamente, al conjunto de los seres de vida animal, cuyos actos siguen lo que les dicta sus instintos básicos, pero carecen del grado de conciencia suficiente y capacidad para adquirir el conocimiento necesario y discernir entre el bien y el mal, ser libres, y tener una conciencia reflexiva, y ser consciente de sí mismo.
En un momento posterior, se consumó el acto de la desobediencia de Adán y Eva según (Génesis 3.4-5):
“Es que Dios sabe muy bien, que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal (…) Entonces se les abrieron a entrambos, los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos…”
Siguiendo el lenguaje simbólico y de la metáfora, abrir los ojos puede significar el descubrimiento de la sabiduría que está en el árbol de la ciencia del bien y del mal y su transformación en dioses. Esta nueva mirada, pudo corresponder a una etapa del estado de la evolución de la especie Homo, ya fuese el Homo Erectus, el Homo Sapiens Neardentalis o el Homo Sapiens Sapiens, en los últimos centenares de miles de años, en la que tuvo lugar un salto cualitativo. Varios factores, entre otros, cambios genéticos y biológicos, hicieron posible que emergiese una nueva conciencia de su identidad, accediendo al conocimiento y al discernimiento moral de la conducta. De este modo, y en este proceso de la evolución humana, el texto bíblico introduce la libertad que le concedió el Creador al hombre, para decidir en buena medida, el significado de su vida y de su destino. Hasta ese momento, ignoraban y no tenían conciencia de su fragilidad, su vulnerabilidad y su contingencia ante el entorno natural que le rodeaba, pero en ese proceso evolutivo, “llegaron a sentirse desnudos”, arrojados a la existencia, desprotegidos y vulnerables, rompiendo la armonía con la naturaleza y desorientados con la pérdida del estado puramente natural, del que gozaban.
Continuadores de esta tradición hebrea, recibida del Génesis, los profetas, que condujeron al pueblo de Israel y de Judea, como intermediarios entre aquél y Yahveh, transmitieron y desarrollaron a lo largo de varios siglos, el paradigma cultural del origen del sufrimiento. Asimismo relacionaron la maldad de los hombres, muy distinta de los planes de Yahveh en el momento de la creación, y el castigo que deseaba infligirles. Así se lee en , al decidir Yahveh enviar el diluvio:
“ Viendo Yahveh, que la maldad del hombre cundía en la tierra y que todos los pensamientos que ideaba su corazón era puro mal de continuo, le pesó a Yahveh de haber hecho su hombre sobre la tierra y se indignó en su corazón. Y dijo Yahveh: Voy a exterminar de sobre la faz del suelo, al hombre que he creado – desde el hombre, hasta los ganados, las sierpes y hasta las aves del cielo- porque me pesa haberlas hecho.”
VI
La Antigua Alianza
Sin embargo, posteriormente, se forjó la Antigua Alianza, entre Yahveh y Abraham que será el inicio de una relación privilegiada entre ambos, al marchar Abraham a la tierra de Canaán, siguiendo el mandato de Yahveh y posteriormente a Egipto,
“Aquel día, firmó Yahveh una alianza con Abraham diciendo: A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el río Éufrates. (….) Y Dios le habló así: Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abram, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de tí. Y estableceré mi alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación, una alianza eterna, de ser yo el Dios tuyo y el de tu posteridad. Yo te daré a ti y a tu posteridad, la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos.”
Entre los grandes profetas del Judaismo, destacó especialmente Moisés, quién, aunque de origen hebreo, residía en Egipto, en la corte del Faraón, al que Yaveh le encomendó una misión difícil: convencer a los hebreos de que la voluntad de su Dios era liberarlos de la esclavitud en Egipto, según
“Por tanto dí a los hijos de Israel: Yo soy Yahveh. Yo os libertaré de los duros trabajos de los egipcios; os libraré de su esclavitud y os salvaré con brazo tenso y castigos grandes. Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios, y sabréis que Yo soy Yahveh, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egipto. Yo os introduciré en la tierra que he jurado dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, y os la daré en herencia. Yo Yahveh.”
La Antigua Alianza se desarrolló y se consolidó con la promulgación de las Tablas de la Ley, dadas por Yahveh a Moisés, ante los israelitas, cerca del monte Sinaí, según narra :
“ Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo: “ Yo Yahveh, soy tu Dios, que te he salvado del pais de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí…”
en las que seenumeraban los preceptos del Decálogo que debían regir la vida del pueblo de Yahveh y darle conciencia de pueblo elegido.
La exhortación de Moisés al pueblo de Israel, en un lenguaje amable y cercano, recordaban los mandatos de Yahveh, en
“ Escucha Israel, cuida de practicar, lo que te hará feliz y por lo que te multiplicarás, como te ha dicho Yahveh, el Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel. Escucha Israel, Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahve, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón, estas palabras que yo te he dicho hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas, tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado
La transgresión de estos mandatos constituiría motivo grave, para que recayera sobre aquéllas conductas la ira de Yahveh; como sucedió con la adoración del becerro de oro y sucesivamente, en otros momentos, durante la travesía del desierto, como les recordaría Moisés.
“Acuérdate que irritaste a Yahveh en el desierto. Desde el día que saliste del país de Egipto, hasta la llegada a este lugar, habéis sido rebeldes a Yahveh. En el Horeb irritasteis a Yahveh y Yafveh montó en tal cólera contra vosotros, que estuvo a punto de destruiros. Yo había subido al monte, a recoger las tablas de piedra, las tablas de la alianza que Yahve había concertado con vosotros. Permanecí en el monte, cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan, ni beber agua. Yahveh me dió las dos tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios, en las que estaban todas las palabras que Yahveh os había dicho en medio del fuego, en la montaña, el día de la Asamblea. Al cabo de cuarenta días y cuarenta noches, después de darme las dos tablas, las tablas de la alianza, me dijo Yahveh: “ Levántate, baja de aquí a toda prisa, porque tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto, se ha pervertido. Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito: se han hecho un ídolo de fundición.(…..).” Y vuestro pecado, el becerro que os habíais hecho, lo tomé y lo quemé; lo hice pedazos, lo pasé a la muela hasta que quedó reducido a polvo y tiré el polvo al torrente que baja del monte.”
La actitud de protesta del pueblo israelita, contribuyó a moldear en el texto bíblico, una imagen de Yahveh, antropomórfica, excesivamente deshumanizada por la dureza del lenguaje, muy radical, proclive a la ira y a la venganza por la desobediencia de su pueblo.
“Yahveh habló a Moisés y a Aarón y dijo: ¿Hasta cuando ese pueblo perverso, que está murmurando contra mí?. He oído las quejas de los israelitas que están murmurando contra mí. Diles, por mi vida -oráculo de Yahveh- que he de hacer lo que habéis hablado a mis oídos. Por haber murmurado contra mí, en este desierto, caerán vuestros cadáveres, los de todos los que fuisteis registrados y contados, de veinte años para arriba. Os juro que no entraréis en la tierra en la que, mano en alto, juré estableceros.”
El paradigma cultural del Judaismo, relacionaba toda manifestación de sufrimiento, con la transgresión de los mandatos de Yahveh y la dimensión colectiva del pecado de su pueblo, desde la desobediencia de Adán, hasta el segundo milenio con Moisés.
VII
Deportación y cautiverio
Posteriormente, en el primer milenio a.C. destacaron los profetas Isaias y Jeremías, que vivieron etapas de la historia muy complejas, de gran inestabilidad, como consecuencia de los movimientos geopolíticos de Oriente Medio, en el que el territorio se los disputaban el imperio Asirio y el imperio Egipcio. Los pueblos pequeños que habitaban la región, estaban obligados a concertar alianzas para protegerse. En ese contexto histórico, a la muerte del rey Salomón, a finales del siglo del siglo X a. C, sobrevino la división de Israel, en el reino del Norte y el reino de Judea en el Sur, debilitando la fortaleza material y moral de los israelitas. La división del reino de Israel fue seguida de la deportación a Nínive, de los israelitas del Norte en el sigo VIII, y de la deportación a Babilonia, de gran parte de los habitantes de Judea en el siglo VI, momentos vividos por algunos de los profetas. La interpretación que dieron a los hechos, respondía al mismo paradigma que procedía del antiguo Judaísmo: las penalidades y sufrimientos que sufrían los israelitas y los judíos, eran la manifestación del castigo de Yahveh, por ser culpables de alejarse del cumplimiento del Decálogo, del espíritu de justicia y de la Antigua Alianza. He aquí alguno de los oráculos dirigidos llenos de indignación
“¡Ay! los que aprueban decretos inicuos y los escribientes que escriben vejaciones, excluyendo del juicio a los débiles; atropellando el derecho de los pobres de mi pueblo; haciendo de las viudas su botín y despojando a los huérfanos. Pues qué haréis para el día de la cuenta y de la devastación que de lontananza viene?”
o anunciando la devastación a manos del rey de Asiria:
“¡Ay Asur, bastón de mi ira, vara que mi furor maneja!. Contra gente impía voy a guiarlo, contra el pueblo de mi cólera voy a mandarlo, a saquear saqueo, y pillar pillaje y hacer que lo pateen como el lodo de las calles. Pero él no se lo figura así, ni su corazón así lo estima, sino que su intención es arrasar y exterminar gentes no pocas.”
También forma parte de la tradición del Judaísmo, la explicación que da el Libro de Job, al sufrimiento. Este texto de la Biblia que se considera escrito entre los años 500 /400 a.C. tras la liberación de Babilonia, plantea en el marco de la tradición hebrea analizada anteriormente, cómo se justifica el sufrimiento del justo. En este paradigma cultural, el sufrimiento era un castigo colectivo de Yahveh al pueblo de Israel, por su desobediencia. De una parte, la de los amigos interlocutores de Job que reiteraban la doctrina antigua, aunque introducían la dimensión individual del sufrimiento y del castigo; según éstos, los justos recibían su recompensa en esta vida y los malvados eran castigados por sus malas obras. Ellos aducían una primera razón, argumentando que los pecados de Job, eran la causa de las adversidades que sufría: el asesinato de sus hijos, de sus criados, la destrucción de su ganado y de su casa. Discrepaba Job de la opinión anterior, al considerarse un hombre inocente y justo, que no había pecado, y no comprendía porqué Yahveh le trataba de forma injusta. Ante su queja y lamento, sus amigos alegaban otra posible razón que justificara el sufrimiento: Job sufría para ser probado en la fe y en la fidelidad a Yahveh. Finaliza la obra, con un Job arrepentido y suplicante, que no entiende los caminos de Yahveh, y éste le devuelve todo aquello que le fue arrebatado: hijos y bienes materiales.
Toda la tradición religiosa del Judaísmo se forjó, de una parte, con la Antigua Alianza que el pueblo Hebreo hizo con Yahve, su Dios, desde Abraham hasta Moisés y continuaron otros profetas. De otra, las grandes gestas del pueblo hebreo que marcaron sus tiempos históricos; desde su liberación de la esclavitud en Egipto hasta la llegada a la Tierra prometida, después de la travesía de 40 años por el desierto; los años del destierro y el cautiverio en Níniva y Babilonia, hasta la liberación otorgada por el rey persa Ciro el Grande, en el año 537 a.C.; su definitivo asentamiento en las tierras comprendidas entre el río Jordán y el mar Mediterráneo; vivieron allí, hasta la conquista de Pompeyo en el año 67 a.C., formando parte del imperio de Roma. La destrucción de Jerusalén en los años 70/73 d.C. ordenada por el emperador de Roma, Vespasiano, marcó una nueva etapa de sufrimiento y la diáspora del pueblo judío.
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