domingo, 25 de abril de 2021

El dolor en las distintas culturas (3): Por Jerónimo Sánchez Blanco


El Moisés de Miguel Ángel 


V

El sufrimiento en el Judaísmo

La amplitud  de los textos   bíblicos, sitúan   el  origen  del sufrimiento en los siguientes hechos

“Tomó, pues Yahveh  Dios, al hombre, y le dejó  en el jardín de  Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso  al hombre este mandato: De cualquier   árbol del  jardín, puedes comer, más del árbol de la ciencia  del bien y del mal, no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.”.

El lenguaje   utilizado  es de  gran belleza  literaria, por el uso de la metáfora, para   expresar  el enigma que encierra   en sí mismo, hasta el punto, que más allá  de la literalidad,  se pueden formular   distintas interpretaciones.


En primer  lugar, la obligación   encomendada  al hombre  de cuidar y  conservar la Tierra,  para  preservar la obra de la creación,  haciéndole partícipe  y responsable de la misma, constituye  una declaración de hondo calado al involucrar  a la humanidad en esta tarea. Es un mandato  que  guarda cierta lógica,  con la preocupación  de las resoluciones de numerosas  Conferencias  Internacionales sobre la Conservación  y  Sostenibilidad  del Medio Ambiente, celebradas en las últimas  décadas bajo el amparo de Naciones Unidas;  y de  distintos movimientos de opinión, a favor de preservar  la Ecología y el Planeta Tierra, a la luz  de  estudios científicos  relativos a los  cambios  atmosféricos  y calentamiento global. Igualmente, es de interés resaltar, que esta interpretación del texto citado , es coherente  con lo  desarrollado  en la  Encíclica  Laudatio Sí, del Papa Francisco.

Un  segundo análisis  del texto citado,  permite  considerar que la prohibición de comer del árbol  de la ciencia del bien y del mal, expresa  en un lenguaje simbólico, el dilema  ético  que  suscita  el hombre  con su conducta, al estar obligado  a elegir  entre la bondad  y la maldad, lo que es bueno  y lo que es  malo, sin entrar en más detalles. El ser humano  está  condenado a discernir, en el transcurso de su vida,  entre  lo que considera el bien y el mal, para preservar  su   vida  como individuo, la de la colectividad a la que pertenece  y  la del planeta Tierra, dentro  de la inmensidad del Universo. La interpretación inversa,  nos llevaría a  considerar  que  la finalidad  de la prohibición, literalmente,  sería impedir  que  el hombre  accediese  al  conocimiento   de lo que es bueno y malo,  sumergirle  en  la ignorancia  de la dimensión ética  de la vida y del conocimiento  superior,  acorde con  la evolución del Homo Sapiens. Las consecuencias de la prohibición para el hombre,  supondría permanecer  en un estado  estacionario, que  caracteriza, presuntamente,  al conjunto de  los seres de vida  animal, cuyos actos siguen  lo que les dicta   sus instintos  básicos, pero carecen del grado de conciencia  suficiente y capacidad  para adquirir  el conocimiento necesario y discernir entre el bien y el mal, ser  libres,  y tener   una conciencia   reflexiva,  y ser consciente de  sí mismo.

En un momento posterior,  se consumó  el acto de la desobediencia  de  Adán y Eva según (Génesis 3.4-5):

“Es que Dios  sabe muy bien, que el día en que comiereis  de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal (…) Entonces se les abrieron a entrambos, los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos…”

Siguiendo el lenguaje simbólico y  de la  metáfora,  abrir  los ojos  puede significar  el descubrimiento de la   sabiduría  que está en  el árbol de la ciencia  del bien y del mal  y  su transformación en dioses. Esta nueva mirada, pudo corresponder a una etapa  del estado de la evolución de la especie  Homo,  ya fuese   el Homo Erectus, el Homo Sapiens Neardentalis o el Homo Sapiens Sapiens, en los últimos  centenares de miles de años, en la que tuvo lugar un salto   cualitativo. Varios factores, entre otros,   cambios genéticos y biológicos, hicieron posible  que  emergiese  una nueva conciencia de su identidad, accediendo al conocimiento  y al discernimiento  moral  de la conducta. De este modo, y en este proceso  de la evolución  humana, el texto bíblico introduce  la libertad   que le  concedió  el Creador  al hombre,  para decidir  en buena medida, el significado de   su vida  y  de su destino. Hasta ese momento, ignoraban y no  tenían conciencia  de  su fragilidad, su vulnerabilidad y su contingencia  ante  el entorno natural  que le rodeaba, pero en ese proceso evolutivo, “llegaron  a sentirse  desnudos”,   arrojados a la existencia, desprotegidos y vulnerables,  rompiendo la armonía con la  naturaleza y desorientados con la pérdida del estado puramente natural,  del que gozaban.

Continuadores   de  esta tradición hebrea, recibida del Génesis,  los profetas,  que condujeron al pueblo de Israel y de Judea, como  intermediarios entre  aquél  y Yahveh, transmitieron y desarrollaron a lo largo de varios siglos, el paradigma  cultural del  origen  del sufrimiento. Asimismo  relacionaron      la maldad  de los  hombres,  muy  distinta  de los planes  de Yahveh en el momento de la creación, y el castigo  que  deseaba infligirles.  Así  se  lee en  , al decidir Yahveh  enviar  el  diluvio:

“ Viendo Yahveh, que la maldad del hombre cundía  en la tierra y que todos los pensamientos que ideaba su corazón era puro mal de continuo, le pesó a Yahveh de haber  hecho su hombre sobre la tierra y se indignó en su corazón. Y dijo Yahveh: Voy a exterminar de sobre la faz del suelo, al hombre  que he creado – desde    el hombre, hasta  los ganados, las sierpes y hasta las aves del cielo- porque me pesa haberlas hecho.”

VI
La Antigua Alianza

Sin embargo, posteriormente,  se forjó la Antigua  Alianza, entre Yahveh y Abraham que será   el inicio  de una  relación  privilegiada entre  ambos, al marchar  Abraham  a la tierra de Canaán, siguiendo el mandato de Yahveh  y posteriormente a  Egipto,

“Aquel día,  firmó Yahveh una alianza con Abraham diciendo: A tu descendencia he dado esta tierra,  desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el río Éufrates. (….) Y Dios le habló  así: Por mi parte he aquí mi alianza  contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abram, sino que tu nombre  será  Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de tí. Y estableceré mi alianza  entre  nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación, una alianza eterna,  de  ser yo  el Dios tuyo y el de tu posteridad. Yo te daré a ti y a tu posteridad, la tierra  en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos.”

Entre los grandes  profetas  del Judaismo, destacó especialmente  Moisés, quién, aunque de origen hebreo,  residía  en Egipto, en la corte del Faraón, al que  Yaveh le  encomendó  una  misión  difícil:  convencer  a los hebreos  de que la voluntad  de su Dios era liberarlos  de la esclavitud  en Egipto, según

“Por tanto dí a los hijos de Israel: Yo soy Yahveh. Yo os libertaré de los duros trabajos de los egipcios; os libraré de su esclavitud y os salvaré con brazo tenso y castigos grandes. Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios, y  sabréis  que Yo soy Yahveh, vuestro Dios, que os sacaré de la esclavitud de Egipto. Yo os introduciré en la tierra que he jurado  dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, y os la daré en herencia. Yo Yahveh.”

La Antigua  Alianza se desarrolló y se consolidó  con la promulgación  de las Tablas de la Ley, dadas  por Yahveh  a Moisés, ante  los israelitas, cerca del  monte  Sinaí, según narra :

“ Entonces pronunció  Dios todas estas palabras  diciendo: “ Yo Yahveh, soy tu Dios, que te he salvado del pais de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí…”

en las que  seenumeraban  los preceptos  del Decálogo que debían  regir la vida  del pueblo de Yahveh  y darle conciencia de pueblo elegido. 

La exhortación de Moisés al pueblo  de  Israel, en un lenguaje  amable  y cercano,  recordaban  los mandatos de Yahveh,  en

“ Escucha  Israel, cuida de practicar, lo que te hará  feliz y por lo que te multiplicarás, como te ha dicho Yahveh, el Dios de tus padres, en la tierra que mana  leche y miel. Escucha  Israel, Yahveh nuestro Dios  es el único Yahveh. Amarás a Yahve, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón, estas palabras que yo te he dicho hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas, tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado

La transgresión de   estos mandatos  constituiría  motivo grave,  para que recayera  sobre  aquéllas conductas  la ira  de Yahveh; como sucedió  con la adoración  del becerro de oro y sucesivamente,  en otros momentos, durante la travesía del desierto,  como les recordaría Moisés.

“Acuérdate  que irritaste a Yahveh en el desierto. Desde el día que saliste del país de Egipto, hasta la llegada  a este lugar, habéis sido rebeldes a  Yahveh. En el Horeb irritasteis a Yahveh y Yafveh montó en tal cólera contra vosotros, que estuvo a punto de destruiros. Yo había subido al monte, a recoger las tablas de piedra, las tablas de la alianza que Yahve había concertado con vosotros. Permanecí en el monte, cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan, ni beber  agua. Yahveh me dió las  dos tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios, en las que estaban  todas las palabras que Yahveh os había dicho en medio del fuego, en la montaña, el día de la Asamblea. Al cabo de cuarenta  días  y cuarenta noches, después de darme las dos tablas, las tablas de la alianza, me dijo Yahveh: “ Levántate, baja de aquí a toda prisa, porque tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto, se ha pervertido. Bien pronto se han apartado del camino que yo les había  prescrito: se han hecho  un  ídolo de fundición.(…..).” Y vuestro pecado, el becerro que os habíais hecho, lo tomé y lo quemé; lo hice pedazos, lo pasé a la muela hasta que quedó reducido a polvo y tiré  el polvo al torrente que baja  del monte.”

La actitud  de protesta del pueblo  israelita, contribuyó  a moldear en el texto  bíblico, una imagen  de  Yahveh, antropomórfica, excesivamente deshumanizada  por la dureza del lenguaje, muy  radical, proclive  a la ira  y a la venganza por la desobediencia  de su pueblo.

“Yahveh habló a Moisés  y a  Aarón y dijo: ¿Hasta cuando ese  pueblo perverso, que está murmurando contra mí?. He oído  las quejas de los israelitas que están  murmurando contra mí. Diles, por mi vida -oráculo de Yahveh- que he de hacer  lo que  habéis hablado a mis oídos. Por haber murmurado contra mí, en este desierto, caerán vuestros cadáveres, los de todos los que fuisteis  registrados y contados, de veinte  años  para arriba. Os juro que no entraréis  en la tierra en la que, mano en alto, juré estableceros.”

El paradigma   cultural del Judaismo,  relacionaba  toda manifestación  de sufrimiento, con  la transgresión  de los mandatos de Yahveh  y la dimensión colectiva  del pecado  de  su pueblo, desde   la desobediencia de Adán,   hasta  el segundo milenio  con Moisés.

VII
Deportación y cautiverio

Posteriormente, en el  primer milenio  a.C.  destacaron   los profetas  Isaias  y Jeremías,  que vivieron etapas de la historia  muy complejas, de gran inestabilidad, como consecuencia de los movimientos  geopolíticos   de  Oriente Medio, en el que  el territorio se los disputaban  el imperio Asirio y el imperio  Egipcio. Los pueblos  pequeños  que habitaban la región, estaban obligados  a concertar alianzas  para protegerse. En ese  contexto  histórico,  a la muerte del  rey Salomón,  a finales del siglo del siglo X a. C,  sobrevino  la división de Israel,  en el  reino del Norte  y el reino  de Judea  en el Sur, debilitando la  fortaleza  material  y moral  de los israelitas. La división del reino de Israel fue seguida  de la deportación a   Nínive, de los israelitas del Norte  en el sigo VIII, y de la deportación a  Babilonia, de gran parte de los habitantes de Judea   en el siglo VI, momentos  vividos por  algunos de los profetas. La interpretación  que  dieron a los hechos, respondía  al mismo  paradigma que  procedía del antiguo Judaísmo: las penalidades y sufrimientos   que  sufrían los israelitas y los judíos, eran la manifestación  del castigo  de Yahveh, por  ser culpables  de alejarse  del  cumplimiento del  Decálogo, del espíritu de justicia y de la  Antigua  Alianza. He  aquí alguno de los oráculos  dirigidos llenos de indignación

“¡Ay! los que  aprueban decretos inicuos y los  escribientes  que escriben vejaciones, excluyendo del juicio a los débiles; atropellando el derecho de los pobres de mi pueblo; haciendo de las viudas su botín y despojando a los huérfanos. Pues qué haréis  para el día de la cuenta y de la devastación que de lontananza viene?”

o anunciando la devastación a manos del rey de Asiria:

“¡Ay Asur, bastón de mi ira, vara que mi furor  maneja!. Contra gente impía voy a guiarlo, contra el pueblo de mi cólera voy a mandarlo, a saquear  saqueo, y pillar pillaje y hacer que lo pateen como el lodo de las calles. Pero  él no se lo figura así, ni su corazón  así lo estima, sino que su intención es arrasar y exterminar  gentes no pocas.”

También forma parte de la tradición del Judaísmo,  la explicación que  da   el Libro de Job,  al sufrimiento. Este texto de la Biblia que se considera escrito entre  los años 500 /400  a.C. tras la liberación  de Babilonia, plantea en el marco de la tradición hebrea analizada  anteriormente,   cómo  se  justifica    el sufrimiento del justo. En este paradigma  cultural, el sufrimiento era un castigo colectivo  de Yahveh  al pueblo de Israel,   por su desobediencia. De una parte, la de  los amigos  interlocutores de Job que reiteraban  la doctrina  antigua, aunque introducían  la dimensión individual  del sufrimiento y del castigo; según éstos, los justos recibían su recompensa  en esta vida  y los malvados eran castigados por sus malas obras. Ellos aducían una primera  razón, argumentando  que los pecados de Job, eran la  causa  de las adversidades que   sufría: el asesinato de sus  hijos, de sus  criados, la destrucción de su ganado  y de su casa. Discrepaba Job de la opinión anterior, al considerarse  un hombre inocente y justo, que no había pecado, y no  comprendía   porqué  Yahveh le trataba  de forma injusta.  Ante su queja y lamento, sus amigos alegaban otra posible razón que justificara   el sufrimiento: Job  sufría  para ser probado  en la fe  y en la fidelidad a Yahveh. Finaliza  la obra, con un Job arrepentido y suplicante, que  no entiende los caminos  de Yahveh, y éste le devuelve  todo aquello que  le fue arrebatado:  hijos y bienes materiales.                

Toda  la tradición  religiosa del Judaísmo  se forjó, de una parte, con  la  Antigua Alianza  que  el pueblo  Hebreo  hizo con Yahve, su Dios, desde  Abraham  hasta  Moisés y continuaron otros profetas. De otra, las  grandes gestas  del pueblo hebreo que  marcaron sus tiempos   históricos;  desde su liberación  de la esclavitud  en Egipto hasta la llegada a la Tierra  prometida,  después de la travesía de 40 años por el desierto; los años del  destierro y el cautiverio en Níniva y Babilonia, hasta  la liberación  otorgada por el rey persa  Ciro el Grande, en el año 537 a.C.;  su definitivo asentamiento  en las  tierras  comprendidas   entre el río Jordán  y el mar Mediterráneo; vivieron allí, hasta la conquista de Pompeyo en el año 67 a.C., formando parte del  imperio de Roma. La destrucción de Jerusalén en los años 70/73 d.C.  ordenada por el emperador  de Roma, Vespasiano, marcó una nueva etapa de  sufrimiento y la diáspora  del pueblo judío.

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