Silvana era una mujer infeliz. Se quejaba por todo y nada le alegraba. Cierto día alguien le preguntón por qué estaba siempre mal humorada, que la vida era dura...ya se sabe, pero había que ser positivos y absorber todo lo bueno que nos daba la naturaleza, Silvana, lo miraba con cierta incredulidad y le preguntó: - A ver...si yo miro el color de una flor...eso, ¿qué felicidad me aporta a mí? -
Pues...piensa todo lo que necesita esa flor para ser tan bella, alguien la ha mimado con cariño, las abejas libaron su nectar, las mariposas se posaron en ella, el fotógrafo... la capturó para inmortalizarla en alguna revista que ha alegrado las retinas de aquellos que la vieron.
Silvana se fue pensativa para su casa, comenzó a preparar la comida con esmero y cuando llegó su hijo a almorzar preguntó: - Mamá ¿Qué hay de comer? - Lentejitas, cariño. - ¡Puafff! ¡lo que faltaba! sabes que no me gustan -
Silvana, desoyendo las palabras de su hijo, cogió el cucharón y apartó las lentejas en el plato y poniéndolas delante de su hijo le dijo: - Mira corazón ¿Ves qué bonitas son? Para poder llegar estas lentejas a tu plato, han trabajado duramente en el campo, luego en las embasadoras, yo, he tenido que trabajar para comprarlas, me he tirado un rato en la cocina para guisarlas, y he ahí, ¿no me digas que no son preciosas?, con su colorcito marrón, su chorizcito rojo, su morcillita, que aunque es negra le da un bonito contraste, vamos, que ni un cuadro de Picasso tiene tanto arte...hijo, contemplar una ricura así... se llama FELICIDAD. El hijo la mira y muy preocupado le pregunta: - Mamá, ¿tú no te habrás equivocado al tomarte las pastillas?
(ROSA ESTORACH)

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