martes, 28 de enero de 2025

La singular historia del mulo que salvó un partido de la U.D. Tesorillo

Labores de fangueo en una vega de arroz

Los ecos del 50 aniversario de la Unión Deportiva Tesorillo aún resuenan en la memoria de quienes han seguido la trayectoria de este querido club. Medio siglo de fútbol ha dejado incontables anécdotas y curiosidades que reflejan la pasión de un pueblo por este deporte. Una de las más peculiares nos lleva a finales de los años 80, probablemente en 1989 o 1990, durante un encuentro de liga regular de la categoría senior en la regional gaditana.

Aquel día, el equipo local se enfrentaba al desaparecido C.D. Museo de La Línea en el estadio municipal de La Era. La jornada amaneció con una lluvia intensa que, sumada a las precipitaciones de los días anteriores, había convertido el terreno de juego de albero en un auténtico barrizal. La mayoría de los presentes asumían que el árbitro suspendería el encuentro, pues las condiciones eran claramente inadecuadas para la práctica del fútbol. Sin embargo, tanto los jugadores como el colegiado decidieron seguir adelante, y el partido comenzó.

No tardó mucho en convertirse en un espectáculo caótico: el campo era prácticamente impracticable, y las camisetas de ambos equipos quedaron cubiertas de barro, haciendo imposible distinguir a los jugadores. Tras una primera mitad épica y desordenada, llegó el descanso, y con él, una idea que marcaría para siempre la historia de la U.D. Tesorillo.

Entre los espectadores se encontraban Manuel Casuso Gómez y su hijo Jesús Casuso Collado, ambos ya fallecidos pero muy recordados en la comunidad. Conversando entre ellos, idearon una solución insólita: traer un mulo de su propiedad para que, arrastrando una tabla, se pudiera "fanguear" el terreno de juego, como se hacía en las vegas de arroz para apartar el barro hacia los laterales.

Sin pensarlo dos veces, Jesús se dirigió al Cortijo Hondacavada y regresó con el animal y el improvisado artilugio. Ante la sorpresa y el aplauso de los presentes, el mulo fue puesto a trabajar, intentando acondicionar el campo en pleno aguacero. Aunque la medida no fue del todo efectiva, logró lo suficiente como para que el segundo tiempo pudiera disputarse.

Al finalizar el encuentro, el público, conmovido por el esfuerzo titánico de ambos equipos y el ingenio de la familia Casuso, organizó espontáneamente un pasillo de aplausos en las inmediaciones de los vestuarios. Fue un gesto de reconocimiento a los jugadores, que habían hecho lo imposible por mantener viva la pasión por el fútbol en condiciones extremas.

Lamentablemente, no hubo cámaras que inmortalizaran aquella insólita escena, pero los recuerdos de quienes la vivieron han perpetuado este episodio único en la historia del fútbol tesorillero.

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