Partamos de una premisa clara: la calidad de la fotografía que me han remitido no es la mejor, pero cumple su función como documento gráfico. En la imagen se observa, en lo alto de un poste de teléfonos, a un minino en una situación, cuando menos, peculiar.
Viajemos en el tiempo al invierno de 1990 o 1991. Fueron días de lluvias torrenciales, de esas que marcan época. Tanto llovió que los ríos Guadiaro y Hozgarganta se desbordaron, inundando los campos de cultivo y llegando hasta las primeras edificaciones de nuestro pueblo. Cuando por fin la lluvia dio un respiro, la gente se congregó en el puente y sus inmediaciones para contemplar la gran crecida del río. Entre el asombro y la preocupación por la magnitud del agua, alguien reparó en un gato que, atrapado en lo alto de un poste telefónico, maullaba lastimosamente. Se decía que llevaba allí varias horas, tembloroso, aferrado a su improvisado salvavidas.
El minino pronto se convirtió en el centro de atención de la muchedumbre. No faltaron voces clamando ayuda para el desdichado animal. Fue entonces cuando un grupo de jóvenes, miembros de una recién creada Asociación Juvenil (que, dicho sea de paso, tuvo más entusiasmo que recorrido), decidió actuar. Con el ímpetu propio de los héroes improvisados, uno de ellos se ofreció para el rescate.
Nuestro valeroso vecino, buscando su momento de gloria, se pertrechó convenientemente para sortear las aguas anegadas. Con determinación, agarró una escalera y se dispuso a ejecutar su hazaña. Decidido, se adentró en el agua, que le llegaba hasta el pecho, y con gran esfuerzo logró colocar la escalera contra el poste. La multitud contenía la respiración. Unos segundos de tensión. Apenas había subido un par de peldaños cuando, en un giro inesperado de los acontecimientos, el gato, sin más miramientos, se lanzó al agua con una destreza asombrosa. Nadó con la soltura de un veterano nadador y, sin mayor dificultad, alcanzó la orilla por sus propios medios.
El silencio dio paso a una explosión de carcajadas. La escena, digna de una comedia, hizo que la épica del rescate quedara en una anécdota para el recuerdo. Nuestro aguerrido rescatador, mojado hasta los huesos y con la escalera aún en la mano, solo pudo sumarse a las risas generales. Y el gato, indiferente a su momentánea fama, siguió su camino con la elegancia de quien nunca dudó de sus habilidades acuáticas.
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Fotos de la riada de 1990/91 |
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