jueves, 6 de enero de 2022

ANGELES VERDES: JUAN MIGUEL PÉREZ LÓPEZ



A la misma hora temprana de cada mañana la veo caminando por la solitaria carretera que conduce al hospital a las afueras del pueblo. Yo, haciendo deporte; ella, frágil y breve, andando despacio sin más compañía que su bastón, fatigada, como si le pesara la toquilla de lana de confección casera que la protege de las todavía frescas mañanas de marzo en la Mancha. 

Curioso, un día decido abordarla y la inquiero con delicadeza. Hay una extraña tristeza cansada en su mirada; creo que agradece mi interés y me dedica una sonrisa macerada en la aflicción. Ya sé los motivos de sus visitas al hospital. Miento piadosamente al decirle que al día siguiente iniciaba sesiones de rehabilitación y podría llevarla en mi coche. Duda, pero…acepta. Sus ojos se llenan de húmedo agradecimiento. Modifico el horario de mi actividad deportiva. 
La recojo en su domicilio; le cuesta subir al coche, no recuerda la última vez que lo hizo. Coloca en su regazo una bolsita con un bocadillo y una botella de agua con lo que pasará el día en el hospital. La dejo en la puerta y antes de cruzarla, se vuelve y me sonríe; me siento gratamente pagado; luego la veo perderse a través de los cristales. Allí la espera su única hija ingresada por un COVID agravado por su condición de drogadicta. No le permiten visitarla, pero mantiene con vehemencia que ella siente su cercanía. 
Cada mañana recojo a DOÑA ADELA que me espera puntual. Conversamos, me habla con nostalgia de los tiempos en que vivía su marido y su hija aún no había caído en aquel pozo; la emoción le quiebra la voz. Su indumentaria es de Cáritas y mercadillo; su modestísima pensión de viudedad, con la que a veces sufraga necesidades de su hija, no permite extras y tomar un taxi, es una de ellas. 
Sentada a mi lado, la miro mientras conduzco y aprecio con ternura que las arrugas de su rostro de dan un aspecto venerable a su ancianidad. Se suceden los días y espero ilusionado el siguiente para recogerla. Desde que dejé la primera fila, no sentía satisfacción más honda y egoístamente, temo que acabe. 
Hoy ha ocurrido y la alegría se refleja en su cara, le dan el alta a su hija. Le doy un beso y ella me premia con dos y me dice que soy un ángel; un ángel verde, le respondo. Me mira. He vuelto a mi rutina deportiva, pero ahora todo es distinto; me he reencontrado con ese espíritu que nunca muere en un alma de charol. Sólo estaba dormido. Y ahora, DOÑA ADELA, dormida o despierta, pensará que existen los ángeles verdes.
Un hecho real. Lo presenté al concurso de relatos de la Guardia Civil de 2021, pero no obtuvo premio. Su extensión no podía superar los 2500 caracteres con espacios.
Juan Pérez López /Almansa.

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