Hay gestos sencillos que nacen del alma y acaban dejando huella en la historia de un pueblo. Eso fue lo que hizo Eduarda Mena, una mujer de espíritu noble y corazón tesorillero, cuando hace ya casi dos décadas quiso rendirle homenaje a la Casita de Campo. Tenía entonces sesenta y cinco años y, aunque su formación académica fue modesta, el amor por nuestro símbolo más querido la llevó a escribir unos versos tan sinceros como emotivos, algo que nunca había practicado
Por aquel tiempo, la Casita amenazaba ruina y parecía que el olvido se cernía sobre ella. Sin embargo, Eduarda supo ponerle palabras a lo que muchos sentíamos: el deseo de conservar la memoria, las raíces y los recuerdos compartidos bajo aquel tejado.
Hoy, cuando la Casita luce restaurada y sigue siendo emblema de nuestro pasado, recuperamos aquella poesía como testimonio de amor, de sensibilidad y de orgullo por lo nuestro. Estos versos de Eduarda Mena son, sin duda, una joya sencilla y auténtica, tan humilde y entrañable como su autora.

En cada verso de Eduarda Mena late el corazón de un pueblo que no olvida sus raíces. Su poesía, sencilla y sincera, nos recuerda que el amor por lo nuestro no entiende de estudios ni de títulos, sino de sentimientos. Gracias a su sensibilidad, la Casita de Campo no solo se salvó del olvido, sino que también encontró su voz en la palabra de una tesorillera de alma grande.


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